Ángelus del domingo, 27 de noviembre de 2016

Francisco invita a la esperanza del Adviento y recuerda a los que sufren desastres naturales

Papa Francisco. Foto: Reuters

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Miles de peregrinos han acudido esta mediodía al rezo del Ángelus del Papa Francisco en este domingo, en el que comienza un nuevo Año Litúrgico, con el Tiempo de Adviento que prepara a la Navidad. Durante su alocución, el Santo Padre ha reflexionado sobre la Venida del Señor a nuestros corazones, apoyándose en las lecturas de este día: Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy en la Iglesia comienza un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre, comenzamos con el Adviento. La página del Evangelio  (Cfr. Mt 24, 37-44) nos introduce en uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita – sabemos – se produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda acontece en el presente: el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; en fin, se producirá la tercera, la última visita, que profesamos cada vez que rezamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor nos habla hoy de esta última visita suya, la que se producirá al final de los tiempos, y nos dice dónde llegará nuestro camino. La Palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la venida improvisa del Señor. Dice Jesús: “En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos” (vv. 38-39), así dice Jesús. Nos sorprende siempre pensar en las horas que preceden una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas habituales sin darse cuenta de que su vida está a punto de ser alterada. Ciertamente el Evangelio no quiere atemorizarnos, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día, pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios-que-viene-a-visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico. De esta perspectiva proviene también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si, por el contrario, nos dejamos condicionar y arrollar por ellas, no podemos percibir que hay algo muy importante: nuestro encuentro final con el Señor. Y esto es lo importante. Eso, aquel encuentro. Y las cosas de cada día deben tener este horizonte, deben ser dirigidas hacia aquel horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado” (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque al no saber cuándo vendrá Él, es necesario estar siempre listos para partir. En este tiempo de Adviento, estamos llamados a ampliar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas afianzados, porque el Señor viene en la hora en que no lo imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más bella y más grande. Que la Madre, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato incluso si cambia nuestros planes.   Tras el rezo de la Oración Mariana, el Pontífice ha enviado un saludo a todas aquellas personas que sufren los desastres ecológicos: “Quisiera asegurar mi oración por las poblaciones de Centroamérica, especialmente por Costa Rica y Nicaragua, afectadas por un huracán y, este último, también por un fuerte sismo. Y rezo también, por aquellas poblaciones del Norte de Italia que sufren por los aluviones”. “Saludo a todos ustedes peregrinos, llegados de Italia y de diversos países: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular, saludo a los fieles provenientes del Líbano, de Egipto, de Eslovaquia, y el coro de Limburgo (Alemania). Saludo con afecto a la comunidad ecuatoriana, aquí presente; a las familias del Movimiento ‘Tra Noi’; a los grupos de Altamura, Rieti, San Casciano in Val di Pesa; la UNITALSI de Capaccio y a los alumnos de Bagheria”. “A todos les deseo un buen domingo y un buen camino de Adviento para encontrar al Señor – agregó el Pontífice – ¡Qué sea un tiempo de esperanza! Ir al encuentro del Señor que viene a nuestro encuentro. La esperanza verdadera, fundada en la fidelidad de Dios y en nuestra responsabilidad. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!”