Los testimonios de dos víctimas del ciberacoso: "Me chantajearon con publicar unas fotografías si no pagaba"

Se trata de un fenómeno en el que los jóvenes son los principales afectados

@ImparablesCopeRedactor de COPE

José Melero Campos

Tiempo de lectura: 5' Actualizado 06 jul 2019

El acoso informático, también conocido como ciberacoso, se ha convertido en una de las formas más peligrosas de persecución, entre otros motivos porque permite que se prolongue durante largos periodos de tiempo sin que la víctima se decida a pedir ayuda. Se trata de un fenómeno en el que los jóvenes son los principales afectados, al representar el mayor porcentaje de consumidores de redes sociales. Existen muchas maneras de ejercer esta presión por la red: mediante extorsiones, acoso sexual, violencia de género, campañas de difamación, amenazas con sacar a la luz determinadas informaciones de la víctima, etc.

Miriam, de 19 años, fue víctima de este acoso en la red. El ciberacosador era su pareja, con quien mantuvo una relación sentimental de un año y medio, cuando nuestra protagonista tenía 15 y 16 años. Su novio le sometía a maltrato psicológico. La relación comenzó a torcerse tan solo tres meses después de iniciarse: “Él era un año mayor que yo. De pequeño veía cómo su padre maltrataba a su madre, y al criarse en ese ambiente, pues la tomaba conmigo. Se enfadaba cuando bajaba con mis amigas, me decía que yo solo tenía que estar con él, me insultaba, me despreciaba, afirmaba que no valía para nada, solo para estar con otros chicos.” A ello se sumaban insultos más graves a través del Whassap, tales como “niñata”, “guarra”…

Un acoso que se extendía en las redes sociales, concretamente en Facebook. Le pedía explicaciones de por qué publicaba determinadas fotos: “En ese momento no era consciente. De hecho, había días que me controlaba el móvil, me pedía explicaciones de por qué hablaba con mis amigos varones... Era muy celoso.”

El colmo llegó cuando discutieron en el banco de un parque. Al tratar de abrazarle, el novio de Miriam rechazó su gesto de cariño y le empujó hasta tirarle al suelo. Fue lo más parecido al maltrato físico. Pese a todo, fue Miriam quien pidió perdón, al sentirse culpable de los enfados de su pareja. Cometió el mayor de los errores: culparse a sí misma. Pensar que algo estaba haciendo mal para que su novio le agrediera: “Yo estaba ciega. Más que enamorada de él, estaba obsesionada. Mi madre se dio cuenta y me prohibió verle. Incluso fue a pedir ayuda a la Asociación Stop Violencia de Género Digital. Me llevó engañada, porque yo no quería dejarle.”

Pese a las instrucciones de la madre, Miriam cometía locuras para estar con su chico: “Mi madre por ejemplo tenía en su móvil un GPS asociado al mío para localizarme. Por eso, dejé el móvil a una amiga de mi barrio para que mi madre se pensara que estaba en la zona, pese a que realmente me iba a su casa. Ella se acabó enterando.”

La madre de Miriam se dio cuenta de lo que ocurría a su hija, ya que cada noche escuchaba sus llantos y sollozos en la soledad de su habitación: “Me oía llorar, y mis amigas también contaban las cosas. Yo, al estar ciega, decía que mi madre estaba loca.”

Fue en aquellos duros momentos, en los que Miriam no entraba en razón, cuando su madre decidió coger el toro por los cuernos, y demandar ayuda a la asociación: “Mi madre me decía que íbamos al psicólogo, ya que yo también estaba mal por la muerte de mi perrita. Pero cuando vi que se trataba de una asociación que atendía casos de violencia de género, me quería ir. Con el paso del tiempo me abrieron los ojos. Pero al principio lloraba. Poco a poco me fui soltando y abriendo. En la asociación me asesoraban, me comentaban que estaba siendo víctima de un acoso. Me pusieron el caso de otras chicas, y comprobé que era cierto.”

Su novio no reaccionó muy bien cuando conoció que su todavía pareja se había puesto manos de una psicóloga: “No entendía el daño que me estaba haciendo. Lo tenía interiorizado desde pequeño. Cuando yo lo hablaba con sus amigos, ellos me comentaban que era buen chaval, y yo les respondía que era buena gente con ellos, pero conmigo se comportaba de una manera bien distinta.”

El día que Miriam dio el paso de cortar la relación, fue duro: “Lo dejé yo. Se puso a llorar, porque decía que no me quería perder. Cuando lo hice ya no me costó tanto, porque la terapia estaba avanzada y ya había abierto los ojos.”

Samuel fue víctima de una extorsión en Internet

Nuestro protagonista, de 31 años, sigue con el susto metido en el cuerpo, ya que no controla la situación. Todo sucedió una noche en la red social de Facebook cuando, de repente, una chica solicitó la amistad de Samuel. Él aceptó. La chica, tal y como reconoce el joven treintañero “estaba de muy buen ver.” Ambos comenzaron a chatear. En un momento de la conversación, Samuel accedió a compartir con la chica unas fotografías y unos vídeos comprometidos.

Lo peor, es que en las imágenes aparecía su rostro: “Unos minutos más tarde de compartir las fotografías, la chica me amenazó advirtiéndome de que si quería que las imágenes y los videos no vieran la luz, debía abonarle 500 euros. Una extorsión clara. En ese momento me alarmé, porque no me lo esperaba. Intentaba convencerla para que no lo hiciera, pero son mafias expertas. Se ganan tu confianza y, en pocos minutos, te engatusan para que les envíes material sensible.”

Samuel se mostró firme, y optó por no pagar: “Le comenté que no iba a ceder, pero la chica insistía en sus amenazas. De hecho, me argumentaba que tenía todos mis contactos, sabía quiénes eran miembros de mi familia…” En ese momento, navegando por la red para solicitar ayuda, observó a través de Facebook el anunció de la asociación Stop Violencia de Género Digital“Contacté con ellos, y lo primero que me dijeron es que no cediera, ya que si pagaba entraría en un ciclo complicado de salir. Me comentaron que había caído en una mafia de extorsión, en el que una chica de buen ver te engatusa hasta que le facilitas el material para chantajearte. ”

La asociación apaciguó los nervios de Samuel, aunque ello no implicase que fueran sinceros con él. Y es que, al cometer el error de compartir contenido sensible con la mafia, se tenía que mentalizar de que no tenía el control de la situación y de las consecuencias que pudieran acarrear: “Me insistían en que no pagara, porque si en la primera conversación no cedía, los chantajistas procederían a la búsqueda de nuevas víctimas. Lo que buscan es ponerte nervioso con amenazas, pero finalmente no las cumplen. No obstante, el temor sigue ahí.”

A Samuel no le consta que las fotografías y los videos se hayan publicado. Al menos en sus redes sociales: “Espero no llevarme una sorpresa en el futuro. Sin embargo, siempre vives con el miedo de que pueda suceder y se publiquen. Yo tuve la suerte de que la asociación me guio rápidamente y pude reaccionar. En ese momento lo pasas mal. Si no te ayudan, el impulso natural es aguantarte y pagar.”

El contenido, como hemos comentado, sigue en poder de la mafia. No hay forma de controlarlo. A día de hoy, Samuel no puede hacer mucho más: “Ahora mismo no agrego a mis redes a gente que no conozca. He aprendido la lección. El primer consejo que doy a las personas que están pasando por mí misma situación es que no compartan ningún contenido comprometido con personas desconocidas. Si cometes el error de hacerlo, no lo hagas dando a conocer tu rostro o algo singular que te identifique.”