Una fe amiga de la razón
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Se acaban de cumplir 25 años de la gran encíclica de San Juan Pablo sobre la Fe y la Razón, la Fides et Ratio, un texto fundamental para el camino de la Iglesia en esta época. Ya los primeros Padres de la Iglesia experimentaron la simpatía, no exenta de críticas y contradicciones, hacia la filosofía griega, que se preguntaba por la verdad y el sentido de lo humano. Eso permitió forjar una alianza que sin embargo fue imposible con las grandes religiones de la época.
La fe cristiana es amiga de la razón porque da respuesta a la pregunta indómita por el significado de la vida. Necesita de la razón para ser pensada, formulada y comunicada. También la razón humana se abre, en su límite último, a la posibilidad de la fe: la espera, más aún, la desea, aunque no puede producirla ni provocarla. La historia del cristianismo es la historia de una razón ensanchada por la fe, y así se explica el florecer de las ciencias, del pensamiento y del Derecho, allí donde se ha vivido una fe integral, sin reducciones ni mistificaciones. A pesar de esta evidencia, sigue siendo habitual en nuestro cansado occidente presentar una estúpida equivalencia entre fe e irracionalidad. O, al menos, la fe se movería siempre en un territorio ajeno a la razón humana. ¡Cuánto cuesta superar algunos mitos, repetidos hasta la saciedad por los grandes medios!
La encíclica Fides et Ratio es un monumento, una piedra miliar, no solo para la Iglesia sino para la cultura contemporánea. Tenemos una responsabilidad de leerla y darla a conocer. Pero, sobre todo, de vivirla, de hacerla carne en todos los ambientes. Porque lo que permitirá superar la estúpida imagen del cristianismo como irracional no serán nuestras protestas, sino que los cristianos vivamos la profunda amistad entre fe y razón en todo: en el trabajo, en la familia, en nuestro compromiso ciudadano, en lo que llamamos “tiempo libre”. Hay en esto una tarea educativa de la que raramente se habla.