Reconocer y acoger la verdad es un camino
Escucha la Firma de José Luis Restán del miércoles 16 de julio
Publicado el
2 min lectura
En un debate en el que participé ayer, una persona se quejaba de que la Iglesia (especialmente sus autoridades) no fuese más constante en denunciar la mentira en todos los ámbitos: la política, la cultura, los medios de comunicación… Yo respondí que la primera forma de defender la verdad que tiene la Iglesia es profesar ante el mundo el Credo, no solo recitándolo en la Misa, sino testimoniándolo a través de la vida personal y comunitaria. Cierto, hay situaciones en que se hace necesario un pronunciamiento público sobre cuestiones decisivas para la convivencia, pero me parece un error entender la defensa de la verdad (que forma parte de la misión de la Iglesia) como un machaque continuo de proclamas. Reconocer y acoger la verdad es siempre un camino dramático en el que es necesario anunciar, acompañar, contrastar… en una palabra, educar.
Muchas verdades sobre lo humano proclamadas por la Iglesia han dejado de ser evidentes para gran parte de nuestros conciudadanos y eso no se resuelve subiendo los decibelios ni multiplicando cansinamente juicios condenatorios. Para las gentes que se topaban con los cristianos en los primeros siglos, las verdades sobre la dignidad humana, sobre el matrimonio, sobre la acogida al extranjero o sobre el perdón a los enemigos, les resultaban profundamente extrañas, cuando no insoportables. Y no se trataba de enumerarlas una y otra vez como el que habla a una pared. Esas verdades se iban desvelando a través del testimonio de vida de los cristianos, a través de la humanidad sorprendente que ellos encarnaban, como revela la famosa Carta a Diogneto. Y sí, en algunas ocasiones los apóstoles y sus sucesores polemizaban con aspectos de la cultura de su tiempo, pero haciendo referencia siempre a una vida que podía ser encontrada en las plazas, en los mercados, en la ciudad común. No confundamos la valentía en profesar la verdad con una especie de apisonadora. La Iglesia es una vida que se ofrece, no una oficina de reproches.