Lo que hoy celebramos
La casa de Nazaret no era un sueño, sino una realidad hecha de trabajo, de alegrías y sinsabores, de madera y de ladrillos, pero también de cantos y escucha de la Palabra con mayúsculas
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En el libro recién publicado de homilías inéditas de Benedicto XVI (“El Señor nos lleva de la mano”. Ediciones Encuentro) encontramos una joya sobre San José que nos ayuda a introducirnos en la gran fiesta de la Navidad. Como sabemos, el ángel se apareció en sueños a José para decirle que podía recibir a María en su casa sin reservas, ya que la criatura que llevaba en su seno venía del Espíritu Santo. José supo discernir que aquello no era un mero sueño sino la voz de Dios que le indicaba el camino, y esto fue posible porque vivía según la Palabra expresada en las Sagradas Escrituras.
Dice tajantemente Benedicto XVI que San José no era un soñador, sino un hombre práctico y sobrio, un hombre de decisión, capaz de organizar. Para él la fe era el fundamento para actuar y vivir, pero eso no significó ninguna evasión. Tuvo que encontrar en Belén un lugar discreto y protegido para el nacimiento de Jesús; tuvo que organizar la huida a Egipto y establecerse en un país extranjero asegurando los medios de vida para su familia; después, debió tomar la decisión de volver a Nazaret y asentarse como carpintero. Era pues un hombre práctico, con sentido de la acción y capacidad para responder a numerosos desafíos.
San José nos invita, por una parte, a estar siempre disponibles a la Palabra de Dios, a estar siempre cerca de la persona del Señor dentro de las circunstancias cotidianas. Al mismo tiempo nos invita a una vida sobria, al trabajo, al servicio práctico de cada día “para cumplir con nuestro deber en el gran mosaico de la historia”, escribe con su personalísimo sello Joseph Ratzinger. La casa de Nazaret no era un sueño sino una realidad hecha de trabajo, de alegrías y sinsabores, de madera y de ladrillos, pero también de cantos y escucha de la Palabra con mayúsculas. Una realidad carnal atravesada por lo eterno. Eso es lo que celebramos, para escándalo, pero, sobre todo, para esperanza del mundo: que Dios no habita en el cielo de los sueños sino en la tierra de una realidad carnal.