Ecos de Lisboa
Aún es tiempo de recoger los ecos de la espléndida JMJ de Lisboa
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Aún es tiempo de recoger los ecos de la espléndida JMJ de Lisboa. Uno de los que más resuenan es la proclamación que hizo el Papa de que la Iglesia es una casa en la que caben todos, “todos sin exclusión”. La frase ha provocado alguna polémica, pero recordemos que Benedicto XVI ya había dicho esto mismo en Sídney, en 2008. En aquella ocasión dijo a los jóvenes que “nadie está obligado a quedarse fuera”, tampoco quienes por diversas razones se sienten distantes de la Iglesia. Por tanto, no hay ninguna discontinuidad revolucionaria en el mensaje de una Iglesia que existe para ofrecer a cada hombre y mujer el tesoro de Jesucristo, sin importar su historia precedente ni su condición moral previa.
La Iglesia es una casa que no tiene puertas blindadas, lo que sí tiene es una forma establecida por Jesús (lo acaba de recordar el Papa en Mongolia) para que quienes libremente entran en ella puedan llegar al conocimiento de la Verdad, puedan ser curados y así experimentar una vida plena, el ciento por uno del que habla el Evangelio. La Iglesia no debe levantar ningún muro, como no puede dejar de proclamar el anuncio de Cristo crucificado y sus consecuencias, y nunca han faltado los que han considerado demasiado duro ese lenguaje.
Francisco subraya la necesidad de abatir unos muros que, por un falso sentido de autoprotección, pueden impedir que muchos hombres y mujeres encuentren en la Iglesia el abrazo de Cristo. Ahora bien, no se entra para asistir a un espectáculo sino para experimentar un encuentro que requiere la razón y la libertad de cada uno. El abrazo necesita ser libremente aceptado para que surja la conversión. Todos pueden entrar, otra cosa es que quieran permanecer. El Evangelio entero está tejido por este drama.