La foto de Fernando de Haro: "Por mucho canastillo que gaste el verdulero ya está a punto de caer seducido"
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La foto de hoy está tomada en una frutería en la que también se vende verdura. Es una fotografía pobre, de un barrio pobre. Las paredes, pintadas de verde periquito, marcadas por desconchones y roña. Delante de un peso antiguo, en realidad una balanza, tomates, berenjenas pálidas y pimientos de los de freír. Los tomates ya han madurado y les brilla un rojo sensual, tienen vocación de gazpacho. Las berenjenas mucho más discretas se asoman gentiles, modestas. Los cucuruchos del pimiento parecen enredados en juegos cariñosos. Detrás de la balanza un espejo rectangular y largo en el que se refleja un buen racimo de bananas que cuelgan de una cuerda. Los plátanos así no sufren la humillación de aparecer tumbados. También detrás del peso, el frutero, un muchacho con un polo amarillo limón que se resiste a ser inmortalizado. No quiere que le conozcan, no le gusta la celebridad. Y por eso se tapa el rostro con el canastillo de plástico con el que se sirven los clientes. El canastillo es como una careta de esgrima, como un yelmo barato para defenderse de las embestidas y las acometidas de desencantos, desilusiones y decepciones. El mozo ha estado muy enamorado y anda muy herido, ensangrentado en el ánimo, prometiéndose que será la última vez, que no caerá en afectos que se tornan mentirosos. Pero por mucho canastillo o yelmo que gaste el verdulero ya está a punto de caer otra vez seducido.