Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
La foto que me ha llamado la atención la he visto hoy el diario El País. Un hombre mira con mucha atención un cuadro. Lo mira desde muy de cerca. Está apuntando al lienzo con una sofisticada cámara de rayos X. Es un trabajo de precisión. El oleo es aparentemente sencillo. Bajo un cielo extraño, dominado por el quizás sea un ocaso ondulado de rojos, amarillos y azules, un puente. Y ya donde el puente acaba, mirando al espectador, hay un hombre que se lleva las manos a la cabeza y que abre mucha la boca. Grita pero no se le oye, grita y con el grito se le han desfigurado los rostros de la cara. El grito no está en el rostro, está más adentro. Viene de una región oscura, donde las cosas han dejado de ser positivas, donde las cosas han dejado de ser para convertirse en fantasmas. Sí, el cuadro, es el famoso, el grito del señor Munch. El operario de los rayos X va a estudiar todo sobre el cuadro, todo sobre el personaje que grita. Va a hacer un catálogo de sus complejos, de sus antecedentes genéticos. Va a investigar si sus padres fueron cariñosos en la infancia, si su madre era de este modo o del otro, si el padre cumplió como padre, si en la escuela tenía complejos. Va a hacer lo que se llama un estudio exhaustivo, de los antepasados y de los descendientes, de la sociología de su barrio, de la distancia de su casa al buzón de correos. Todo importa. Todo dato puede ser de ayuda si se trata de analizar, descomponer, explicar el mal del hombre que grita. Hágase el estudio de rayos X y todos los estudios pertinentes. Pero el mal del hombre que grita, como todos los males, seguirá siendo una incógnita indescifrable.