Ángel Expósito: "Ponte en nuestro lugar tras acompañar a cientos de personas en las colas del hambre"

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Ponte en mi lugar. Ponte un minuto en el lugar de este equipo de boinas verdes de La Linterna que hemos vívido esta mañana otra experiencia de esas, para nuestras vidas. Adrián, Nekane, Rubén y yo hemos visitado la parroquia San Juan de Dios de Vallecas, o más allá en el barrio de la uva.

Ponte en nuestro lugar tras recorrer y acompañar a cientos de personas en esas colas del hambre con un nudo en la garganta y un tapón en el estómago. Ponte ahora a hablar de la crisis de Ciudadanos, de la espantá de Pablo Iglesias, de la campaña electoral en Madrid o de la última provocación que ha escupido Rufián. Como te puedes imaginar, no tengo cuerpo.

Hoy en nuestro 'Tema del Día' te voy a presentar quién es quién en estas colas del hambre. Quienes recogen la bolsa, los voluntarios que las distribuyen y a quien está detrás de todo esto. El padre Gonzalo. Un cura de barrio, un cuatro por cuatro que, como me ha dicho esta mañana mi amigo Teo Andrade, sería el mejor director general de una empresa.

Gonzalo es el párroco y llama princesas a las gitanas mayores que cargan con el carro y con la nieta y reinas a las chicas españolas, colombianas o musulmanas.

Primera lección: no se les denomina "colas del hambre". Debemos decir "colas de esperanza". Porque sí, estas miles de personas están hambrientas pero también esperanzadas. La madre de Gonzalo, el cura, está muy malita. Todas las noches su hijo, el sacerdote, duerme junto a ella en la residencia de paliativos, pero como dice esta señora: "Gonzalo eres antes cura, que hijo".

Y en estas, mientras hablo con Gonzalo, me llega un urgente al móvil con la noticia de la dimisión de otra diputada de Ciudadanos. Abro la página y veo que, además Rufián pide que Esquerra Republicana forme parte del Consejo del Poder Judicial. Y miro hacia un lado y hacia otro y las colas se me pierden en la perspectiva. Y se nos cae el alma a los pies. Cada equis metros de fila aparece un parroquiano, una voluntaria con un peto naranja que distribuye la cola, separa a los beneficiarios y les rocía las manos con unas gotas de gel hidroalcohólico.

Llama mucho la atención que son las propias vecinas las que ayudan a sus vecinos. Impresiona cómo esa voluntaria, Julia, trata y llora igual con una marroquí que con un venezolano; con un vecino español que con una gitanilla que acompaña a la abuela.

Y mientras espero a Laura, vuelvo a rebuscar en las noticias y veo que el Congreso aprueba la Ley de Eutanasia, que el rescate del Gobierno a la aerolínea Plus Ultra, casi chavista por 53 millones de euros es un escandalazo y que Pablo Iglesias apurará en el cargazo de vicepresidente hasta que empiece la campaña electoral de Madrid.

Aquí, en esta cola interminable recogiendo leche, jabón o pollo congelado, aquí le querría ver yo. Pero no se atreven. Y entonces sale Laura del interior de la parroquia. 31 años con una niña de añito y medio. Ni ella ni su pareja tienen trabajo y lo que es peor, tampoco tienen perspectivas. Por eso acudir a la parroquia es su forma de seguir adelante

Es muy difícil mantener el tipo, te lo aseguro. Yo he visto colas infinitas de venezolanos hambrientos en el Puente Simón Bolívar esperando un plato de pollo con frijoles; filas con miles de sirios esperando turno para acceder a un techo en el norte de Iraq o a madres malienses en una escuela de mujeres.

Bueno pues todo eso lo he revivido hoy. Lo hemos revivido esta mañana al sureste de Madrid. En el barrio de la uva. Más allá de Vallecas. Y de vuelta a la radio oigo el boleto: Y abrimos con la moción de censura en Murcia que, finalmente, no ha prosperado.

Ah, y mi posdata: la lección que he aprendido hoy es que esto no son colas del hambre. A pesar de todo, con el alma por los suelos y el corazón encogido, el padre Gonzalo me asegura que son las colas de la esperanza. Y yo le creo.