No se trata solo de abrir fronteras, sino de abrir el corazón
Escucha el monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia
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Una vez más, el mar ha sido testigo de una tragedia que sacude profundamente nuestra conciencia. En las costas de El Hierro, un cayuco volcó llevando a bordo a decenas de personas que huían de la miseria, de la violencia, de la desesperanza. Entre ellas, madres con sus hijos, aferradas no solo a ellos, sino a la esperanza de una vida más digna. Algunos sobreviven, otros mueren en silencio, lejos de sus hogares y, muchas veces, del reconocimiento humano.
¿Qué nos está pasando? ¿Nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno?
Cada vida perdida es un fracaso de todos. Cada historia truncada es un grito que nos recuerda que la dignidad humana no debe tener fronteras.
No podemos permanecer indiferentes. La indiferencia mata. Como Iglesia, como sociedad, estamos llamados a promover una cultura del encuentro y de la hospitalidad. La búsqueda de un futuro mejor no es un delito: es un derecho humano. Y debemos tratar a cada persona con justicia, misericordia y compasión.
Muchas de las personas que viven en nuestros pueblos y ciudades son migrantes. Migrantes en situación irregular. Son nuestros vecinos, compañeros de trabajo, quienes cuidan de nuestros mayores, limpian nuestras casas, trabajan en el campo, sirven en restaurantes o simplemente están en los márgenes esperando una oportunidad… Llevan años aquí, intentando encontrar esa vida mejor que un día soñaron… pero viven en la sombra, sin derechos plenos, vulnerables a la explotación, al miedo, a la invisibilidad.
No son cifras. Son personas con historias -muchas veces dramáticas-, con esperanzas, con familias... Y aunque no tengan papeles, sí tienen dignidad.
¿Por qué nos cuesta tanto mirar a esta realidad con cierta coherencia?
Frente a esta situación, la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para la regularización de migrantes en situación administrativa irregular es todo un signo de esperanza y humanidad. La Iglesia ha apoyado con claridad y compromiso esta iniciativa, no por ideología, sino por fidelidad al Evangelio. No se trata de polarizar, sino de humanizar. De ofrecer un marco legal que reconozca la realidad de cientos de miles de personas que ya viven entre nosotros, que trabajan, que cuidan, que aportan, pero que lo hacen desde la sombra.
Regularizar no es regalar papeles, es reconocer derechos. Es asumir que hay vidas que ya están aquí y que merecen ser tratadas con la dignidad que corresponde a todo hijo de Dios. Es también apostar por una sociedad más justa, más cohesionada y menos vulnerable al discurso del miedo.
Necesitamos un corazón compasivo, capaz de mirar al migrante no como amenaza, sino como hermano. Y que esta tragedia no quede en una noticia más, sino que nos mueva a actuar con valentía, justicia y amor. Que ninguna madre tenga que arriesgar la vida de su hijo en el mar porque no hay otra opción. Que se abran vías legales y seguras para la migración. Y que seamos capaces de dar una respuesta humana y cristiana: acoger con dignidad e integrar con justicia.
No se trata solo de abrir fronteras, sino de abrir el corazón. De construir una sociedad en la que nadie tenga que vivir en la sombra.