"El mundo necesita escuchar, una vez más, que Dios no se ha olvidado de nadie"
Escucha el monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia
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Se acerca el Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND, un día en que, de un modo especial, la Iglesia nos invita a rezar por los misioneros y a colaborar con las misiones.
Siempre he pensado que ser misionero es, en el fondo, ser un héroe sin capa, aunque ellos no lo vean así… Pero sus gestos sencillos, sus manos cansadas y su fe silenciosa son capaces de transformar el mundo sin hacer ruido… y eso solo puede darlo la fuerza más poderosa que existe: el amor.
Ser misionero significa vivir con el corazón abierto, dispuesto a salir de uno mismo para encontrarse con el otro... Confiar cuando no hay certezas, amar cuando no se recibe nada a cambio, y sembrar esperanza incluso en medio de la dificultad.
Son personas, religiosos, religiosas, laicos y laicas, que un día dejaron su tierra, su familia, sus costumbres… y partieron con el Evangelio como único equipaje. Un libro en las manos, y un fuego en el corazón.
Así llegaron a tierras donde su lengua sonaba extraña y donde muchos no conocían el nombre de Jesús. Pero ellos no fueron con aires de grandeza, fueron con los pies descalzos del amor y con la paciencia de quien siembra sin saber si verá el fruto.
Construyeron escuelas, levantaron hospitales, enseñaron a leer, curaron heridas… Pero sobre todo, ofrecieron esperanza. Porque la misión no es solo dar cosas… es darse uno mismo. Es decir con la vida: “Dios está aquí, contigo, aunque tú no lo sepas.”
Misioneros de esperanza entre los pueblos, así reza el lema de la jornada del DOMUND en este año jubilar. Hombres y mujeres que, en medio de la oscuridad del mundo, encienden pequeñas luces de fe, de justicia, de amor… Y esas luces, unidas, hacen brillar el rostro de Cristo en cada rincón de la tierra.
Y ahí también estamos nosotros. ¿Acaso no vivimos en un mundo que necesita esperanza? Aquí, en nuestro barrio, en nuestra ciudad, hay corazones que no conocen a Jesús, personas que viven sin rumbo, sin consuelo, sin luz.
Tal vez no crucemos océanos, pero sí podemos cruzar la calle. Tal vez no hablemos lenguas nuevas, pero podemos hablar el idioma universal del amor.
Porque ser misionero hoy es eso: ser testigos de esperanza entre los pueblos, entre los vecinos, entre los amigos, entre los que sufren… Porque el mundo necesita escuchar, una vez más, que Dios no se ha olvidado de nadie.
Así que toca mirar dentro de nosotros. Saber que la misión comienza aquí, en cada gesto de amor, en cada palabra de consuelo y en cada corazón que se atreve a creer que la esperanza aún tiene futuro.