Luis del Val: "Tantos políticos que deben hacer cosas inconfesables para mantener su sillón"

Ya puedes escuchar la imagen de Luis del Val, en Herrera en COPE de este miércoles 8 de febrero de 2023

Colaborador

Tiempo de lectura: 2' Actualizado 10:43

Hoy es el día en el que el Gobierno permite que ya no llevemos la mascarilla, pero estoy seguro de que muchos no se la van a quitar. La mascarilla de la Justicia, que algunos llevan para ocultar su partidismo, y que va a permitir que, si la doctrina del Constitucional sigue adelante, veamos a jueces juzgar a sus hijos, a sus padres, a sus amigos o a sus enemigos declarados, porque no se podrán abstener. La mascarilla del empresario bonachón, que aprovecha la crisis para racanear con el sueldo de sus empleados, y que sueña con esclavos gratuitos. La mascarilla del sindicalista, luchador por los derechos de los trabajadores, que lleva diez, o quince años, viviendo del sueldo que le proporciona el sindicato, y se ha convertido en un funcionario, sin necesidad de ganar unas oposiciones. La mascarilla del funcionario riguroso, que esconde un vago que se aprovecha de la falta de vigilancia en su trabajo, y que protagoniza absentismos laborales que no se consentirían en la empresa privada. La mascarilla del nacionalismo, tras la que aguarda la expresión de un vividor de la opresión inexistente, un manipulador que ha encontrado el negocio de su vida: vivir de algo que dice que se vivirá, aunque algunas mascarillas se cayeron, camino de bancos de Andorra y otros lugares más lejanos, porque el nacionalismo da para muchos sobornos, pero los paraísos fiscales son escasos. La mascarilla del patriota exhibicionista, que pone la bandera de España por todas partes, y le oyes hablar, y parece que para amar a España es imprescindible ser muy de derechas. La mascarilla de los marxistas vintage, luchadores contra la burguesía, que se transforman en burgueses de chalet y coche oficial, con cargo a los presupuestos del pueblo oprimido que quieren liberar. La mascarilla de algunas feministas, llamando siempre al combate para independizarse, y que ascienden por la escala social y política, a través de las tradicionales y eficientes armas de mujer, que sabe darle vueltas al macho del que depende. Y la mascarilla de tantos políticos, siempre pendientes de nuestro bienestar, pero que deben hacer cosas inconfesables para mantener su sillón, porque sin ese sillón no podrían hacernos felices. ¡Ya me gustaría que todo el mundo se quitara la mascarilla, y pudiéramos mirarnos, cara a cara, tal como somos!