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'Crónicas perplejas': “Que me cobren por pasear por la calle empieza a ser irritante”

Habla Antonio Agredano de esas cosas, edificios, plazas y hasta bañaos en los que hay que pagar para poder entrar

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Redactor de COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 11:15

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Hace años fui a los servicios en la estación de Atocha en Madrid y cuando di con ellos me encontré con un torno y un cajetín donde echar monedas. “¿Esto qué es?”, dije. Y un señor a mi lado, en la misma situación, se hizo también el indignado y los dos anduvimos allí un rato criticando el invento y diciendo que el mundo se nos había ido de madre y que, en fin, que se había perdido todo ya con el progreso.

Los dos nos negamos a entrar y el señor se fue a buscar otro cercano y gratuito y yo le dije que tampoco iba a pagar en mi vida por entrar en un baño y cuando ya nos alejábamos, yo me volví disimuladamente y cómo no podía aguantarme, metí mi eurito y entre en aquel aseo de pago traicionando a mi compadre.

Qué limpio estaba todo. Su papel en su sitio, su musiquita de fondo, una luz tenue, agradable. Secadores de manos, toallitas, espejos suficientes. En fin. Que mereció la pena el euro. Si lo que nos ofrecen está a la altura, pues adelante con rascarse el bolsillo.

Lo que entiendo menos es que cosas que no valen nada nos cuesten el dinero. Como cobrar el cubierto en un bar. Una cestita de pan calentito y mantequilla en un restaurante por dos euros, pues adelante, pero si el bollo es de antes de ayer y los picos están pasados, no lo llamo pago, lo llamo extorsión por sentarse a comer.

Decía George Bernand Shaw que “el dinero no es nada, pero que el mucho dinero, eso ya es otra cosa”. Pagar por buen vino, por un buen libro o por un hotel agradable no me pesa; pero que me cobren por pasear por la calle empieza a ser irritante. Ser ciudadano es precisamente ocupar los espacios públicos. Por lo visto ayer, se ve que también los políticos tienen sus días malos. Los barrios mejor sin barreras.


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