Antonio Agredano y el momento de sentirte mayor: "Pienso que madurar es intentarlo, cabalgar nuestras contradicciones mientras suena música de circo"
El cronista de Herrera en COPE habla de esas experiencias en las que nuestros Fósforos ya se sintieron adultos.
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Al cuidar de sus hermanos, jugar al dominó con los amigos de su abuelo, cocinar junto a su madre... nuestros Fósforos nos cuentan el momento en el que se sintieron adultos y Antonio Agredano le pone voz y letra.
SER MAYOR
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Ser mayor, por Antonio Agredano | Crónicas Perplejas
«Los niños sueñan con ser astronautas y estoy seguro de que los astronautas sueñan con ser niños», me dijo una vez Carla. Yo quise crecer muy rápido. Pero la vida no tiene piedad con los impostores. Para ser adulto, ahora lo sé, hacía falta tanta dureza como alegría, tanto convencimiento como duda, tanta osadía como prudencia.
Porque ser adulto es un equilibrio entre lo que somos y lo que querríamos haber sido. Y nadie está salvo de quedarse a medias. Ni de las frustraciones. Ni de los vaivenes. Ni de esas penas que llegan de repente y sin maletas, y se quedan en casa demasiado tiempo. Y Dios me libre de quien cree que lo ha conseguido todo en la vida, porque esos son los más peligrosos.
Yo descubrí que era adulto una tarde en la que lloré sin consuelo porque entendí, de golpe, que las cosas ya sólo dependían de mí. Recogí aquel día las consecuencias de mis actos. No había excusas ni paracaídas. No había un abrazo que me reconfortara ni palabras que aliviaran mi culpa.
Estoy solo, pensé. Porque ser adulto es estar solo. Puedes tener amigos o familia, pero llega un momento, en la noche, en la que el desvelo y la verdad te ponen frente al espejo de lo que eres. Ahí, tan pequeñito, tan ingenuo, tan sin saber por dónde ha venido ese empujón que la existencia te ha dado, como un matón en el recreo, y te ha tirado de culo al suelo.
Ahora que soy mayor, que los años no perdonan ni en el ánimo ni en las rodillas, deseo volver a aquellos años de bicicleta y Cola cao caliente. Al sofá, a la cama de noventa, al descampado donde jugábamos a las canicas. Esto de ser adulto no era para tanto. O estoy pagando alguna cosa o me estoy quejando de que algo me duele.
A veces me abro un vino en casa, cuando los niños duermen, y lo bebo con lentitud y en silencio. Con la tele muteada. Pensando en las tareas pendientes. Inventando nuevos propósitos que incumplir. El crossfit, aprender italiano, desempolvar mi bajo eléctrico, limpiar de una vez por todas los armarios.
Y pienso que madurar es esto. Intentarlo. Cabalgar nuestras contradicciones mientras suena música de circo. Sonreír y brindar de vez en cuando. Arrastrar cierta nostalgia. Y tener una maravillosa vida imperfecta.