Antonio Agredano y las manualidades: "Los padres no debemos ayudar a nuestros hijos porque, al final del año, cada niño sólo conserva lo aprendido"

El cronista de Herrera en COPE habla de esos trabajos manuales de nuestros Fósforos que han hecho para ayudar a sus hijos.

Redacción Herrera en COPE

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Un paso de Semana Santa en miniatura, un circuito eléctrico o una noria... nuestros Fósforos nos cuentan esas manualidades en las que ayudaron a sus hijos y con las que Antonio Agredano monta su Crónica Perpleja.

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Hace frío por las mañanas. A los niños se les pone la naricilla roja en la puerta del colegio. Siempre sobrevive alguna legaña. Pese al sueño y las horas, hablan y hablan. La mochila en la espalda y a veces una bolsa colgada del brazo donde llevan las manualidades. 

La semana pasada era un esqueleto hecho de macarrones. El jueves que viene tienen que llevar la representación de un plato saludable. Mi pequeño lo ha hecho con plastilina. Fresas, un pescado y una enorme zanahoria que le ha quedado muy bonita. A veces me pide ayuda. «Tienes que hacerlo tú solo», le digo.

Lo hago por él, pero en realidad, es que soy incapaz de mejorar lo suyo. No había un niño más torpe y más lacio que yo en clase. Mis manos sólo sirven para gesticular y para teclear, jamás salió nada digno de estos diez torpes dedos.

Recuerdo los ceniceros quebradizos que yo hacía con arcilla y lo chapucero que era pintando. Siempre con prisa. Siempre sin ganas. Sin perspectiva, sin profundidad, sin interés. Con la segueta era terrible también. Tenía amigos que se esmeraban, que inventaban…

Pero nunca fue lo mío. Yo era de embobarme, de levantar la mano y preguntar mucho. Mi único talento es la curiosidad. Eso me ha salvado del desastre. Querer saber cómo funciona el mundo. Tenía una letra ilegible. Era voluble, un poco soberbio, nunca fui un buen alumno…

Veo a mi hijo delante de la cartulina y me pregunta: «¿Está bien así?», y le digo que está precioso. Pero él no está convencido del todo. Y pienso en que no hay mejor maestro que la frustración. Que imaginarlo y que no salga. Que esmerarse y aún así fallar. Que la vida se parece mucho a una manualidad mal acabada.

El talento puede suplirse con entusiasmo. Acabado el curso todas las manualidades van al mismo cubo de basura. Por eso los padres no debemos ayudarlos demasiado. Porque al final del año cada niño sólo conserva lo aprendido. Es decir: su esfuerzo, su descontento y, sobre todo, sus ganas de seguir intentándolo.