Antonio Agredano y esos hijos impertinentes: “A mí los niños me gustan siendo niños: ruidosos, curiosos y pesados”
El cronista de Herrera en COPE pone letra a todos esas situaciones incómodas protagonizadas por los hijos de nuestros Fósforos.
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Un hijo llamando feo al hijo de un presidente de Lanzarote, una niña diciendo a un calvo qué le ha pasado en la cabeza u otra pidiendo a un catalán que le hable en castellano... los hijos de nuestros Fósforos protagonizan los momentos más apurados para sus padres y Antonio Agredano reflexiona sobre ello.
HIJOS IMPERTINENTES
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Hijos impertinentes, por Antonio Agredano | Crónicas Perplejas
He aprendido a callar a mis hijos con la mirada. Han sido años de trabajo juntos. Ellos metiendo la pata y yo poniendo ojos de: «Por favor, señores Agredano, compórtense».
A mí los niños me gustan siendo niños: ruidosos, impertinentes, curiosos y pesados. No hay manual de paternidad que pueda matizar estos adjetivos. La infancia es una explosión. Un momento único. Ya vendrá el tiempo a domesticarnos, a enfriarnos, a llevarnos por los caminos esperados.
La educación no está reñida con la rebeldía. El desorden no está reñido con la razón. El entusiasmo no está reñido con la contención. También los niños habitan dos mundos que conviven, a duras penas, en su día a día. Quieren llorar cuando se frustran, pero a veces se muerden el labio y el orgullo seca sus mejillas. Quieren gritar cuando están felices, pero a veces la timidez les obliga a celebrar íntimamente sus diminutos éxitos.
Yo no soy el mejor de los padres. A veces me invade el mal humor y la paciencia la tengo sólo a ratitos. Si tengo trabajo, les pongo una película para poder terminar lo que tengo pendiente. Y algunos domingos se les hacen realmente aburridos, pero llego al final de la semana sin imaginación para inventar planes y sin ganas de ir andando al parque, y busco el consuelo del hogar y de la horizontalidad.
Aun así, creo que esos bárbaros me quieren. Y les gusta meterse en mi cama por las mañanas. Muy temprano, eso sí, porque son fierecillas madrugadoras. Y contarme sus sueños y también sus pesadillas. Y yo los escucho con atención. Y les pregunto qué quieren desayunar e inventamos recetas asquerosas y se ríen con la palabra moco o palabra caca.
Y en esas encías melladas, en esos ojos aún legañosos, en esas manos tiernas y pequeñas, está todo lo que soy. Toda mi felicidad es su infancia. Su infancia llena de alboroto y descaro.