Antonio Agredano y el disco de su vida: "Suena Cocciante y pienso que ya todo está en su lugar, en el sitio correcto"

El cronista de Herrera en COPE pone letra a los discos que han marcado la vida de nuestros Fósforos

Redacción Herrera en COPE

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“Zapatillas” de ECDL, “Loco de amor” de Ketama o “Lotus” de Santana... nuestros Fósforos nos desvelan el disco de su vida y Antonio Agredano le pone letra a todas esas bandas sonoras... 

EL DISCO DE SU VIDA

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La vida no tiene instrucciones, no al menos como las de una lavadora, pero no es la primera vez que alguien con experiencia y años a sus espaldas me dice lo siguiente: hay que vivir cada cosa en su momento. Quemar la noche a los veinte y no a los cincuenta. Ser airado a los quince y no a las cuarenta. Domesticar el ego. No darle las riendas de nuestras decisiones a la soberbia. Ese tipo de cosas. 

La felicidad se parece mucho a adecuarse a cada instante. Y organizar les emociones en torno a los años, a las aspiraciones y a la memoria. El tiempo nos va enfriando. Nos va calmando. Y miramos más lejos. Y buscamos más profundo. Y lloramos con canciones que odiábamos de jóvenes.

En el Seat Málaga familiar, en los viajes veraniegos, mi madre ponía discos de Roberto Carlos, de Julio Iglesias, y sobre todo, de cantantes italianos de los setenta. Recuerdo gruñir. «Otra vez el mismo disco», decía. Y me ponía en el walkman mis cintas de Nirvana y todo aquel ruido de mi larguísima adolescencia. Discos que sonaban mal. Con letras que no comprendía. Pero que tenía ganas de gritar por la ventana. Había una ira infantil en mí. Un desacuerdo con todo y contra todo. Y canalizaba ese rugido con distorsión y canciones aceleradas.

Pero ahora, en casa, a mis 45 años, a veces, me pongo los auriculares para cocinar. Y busco en Spotify aquellas viejas canciones en italiano que tanto aborrecí. Y escucho, no sé, L´appuntamento de Ornella Vanoni, o el Cuore de Rita Pavone, o Ti amo de Umberto Tozzi… o esa honda balada que mi madre canturreaba en el coche. Bella senz´anima, se llamaba. La cantaba Riccardo Cocciante. Y casi grito, desafinado y dramático, eso de «Povero diavolo, che pena mi fa».

Y en la distancia, entre dos ciudades, va esa letra hacia ella. Como un encuentro tardío. Como si de repente hubiera entendido que todo tiene su momento. Que echo de menos aquellos viajes en el asiento trasero. Su juventud. Mi niñez. Baladas italianas. La carretera. Los paisajes amarillos. Aquella felicidad contenida.

Vivir es una suerte de reencuentro. La memoria es un refugio a prueba de lluvia y de viento. Suena Cocciante y pienso que ya todo está en su lugar. En el sitio correcto. En el centro de un corazón que se abre con música, como un viejo joyero.