Antonio Agredano y los coches tuneados: "No me interesa ese cacharro con ruedas y un montón de cablecitos indescifrables"
El cronista de Herrera en COPE habla de esos coches cuyos dueños le dan un nuevo aire, muchas veces de forma estrafalaria.
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Un coche con un ataud en el techo, o convertido en una ambulancia, o ese que tiene el suelo alicatado como si fuese un baño... Antonio Agredano pone voz a todos esos coches tuneados por muy estrafalarios que nos parezcan.
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Coches tuneados, por Antonio Agredano | Crónicas Perplejas
Si el coche es una extensión de nuestra masculinidad, podéis llamarme Toñi. Nunca fui ese tipo de hombres que aspiran a un coche grande, oscuro, con el que disfrutar de las curvas, de los verdes paisajes y de la velocidad. En las pocas veces que me he puesto delante de un volante, me parezco más a Sor Citroën que a un protagonista de anuncio de BMW. No es lo mío. No me interesa ese cacharro con ruedas y un montón de cablecitos indescifrables.
Tuve un Seat Málaga. Lo estrellé contra un camioncito en la ribera de Córdoba. Y ya nunca más puse interés en tener uno. Primero los ALSA, luego los trenes, de vez en cuando el Blabacar. Con eso me apaño.
A mí lo que verdaderamente me gusta es que me lleven. Elegir la música. Bajar a comprar patatas y refrescos en la gasolinera. Y dar conversación. La idea, sólo la idea, de aparcar con maniobra, ya me pone de los nervios. El tráfico. Cambiarme de carril. Las rotondas. Uno de los infiernos de Dante es meterse en una rotonda en el carril de dentro y tratar de salir sin que te piten.
Nunca he recogido a una novia en coche. No sé si es una de esas experiencias que todo hombre debe vivir. Mi virilidad está en otras cosas. Ni el vino tinto concentrado, ni en la carne poco hecha, ni en los relojes grandes, ni en los carracos parados de cualquier forma frente al portal.
Mi amor siempre ha sido un amor de autobuses y de esperas. He sido el copiloto de muchas vidas. Me han reñido a veces por poner los pies en el salpicadero. Lo único que sé de mecánica es que, si no sabes, mejor ni abras el capó. Esperar a la grúa en el arcén también se parece a la vida. Quien no se ha sentido así, ridículo y solo, esperando a que alguien nos rescate.