"Esta semana se cumplen 50 años de la muerte de Franco: ojalá cada uno reflexione si está cumpliendo el deseo de conciliación de sus padres en aquel 1975"

Cristina López Schlichting reflexiona sobre los 50 años que se van a cumplir este jueves de la muerte de Franco y la consiguiente llegada de la democracia a España

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¡¡¡Muy buenos días España!!!! 16 de noviembre, domingo y te saluda Cristina López Schlichting en nombre de todo el equipo que te acompaña sábados y domingos de diez a dos. 

Sigue lloviendo, con esta borrasca Claudia que ya se va a ir alejando pero que hay que ver lo que ha dejado, en especial en el suroeste de la península. En Portugal se produjo ayer un tornado que cruzó el Algarve y dejó una víctima mortal, una mujer británica de 85 años, que fue encontrada bajo los escombros del bungalow donde se alojaba y una treintena de heridos, cuatro de ellos españoles. Tres de ellos recibieron el alta médica y uno tuvo que ser hospitalizado en Faro.

En Huelva las intensas lluvias provocaron inundaciones y anegamientos, sobre todo en la capital y el desbordamiento de la presa de Santa María en la localidad de Nerva, que ya vivió una situación crítica en 2019.  Ha habido numerosos incidentes en toda Andalucía y la consejería de interior tuvo que declarar fase de emergencia.

Hoy van amainando las lluvias, que todavía serán persistentes en Alborán, oeste de Galicia, Este de Cataluña y Baleares. En las Canarias la cola de la borrasca Claudia favorecerá las lluvias en el norte de las islas. Para la semana que viene escuchamos el pronóstico de Jorge Olcina

Y ha llegado la fecha, se cumplen 50 años de la muerte de Franco. Será este jueves, 20 de noviembre, como fue aquel jueves de 1975 en que yo tenía 10 años. Con diez años una niña se da cuenta de muchas cosas. No sólo de que no hubo clase y se declaró luto nacional, sino del ambiente que notábamos entre los mayores. ¿Y qué notábamos? Yo recuerdo, sobre todo, cautela e incertidumbre. Por ejemplo la de una monja del cole que se me acercó a preguntarme -ya ves, a mí, qué sabría yo con diez años- si iba a pasar lo mismo que en la guerra civil. Con “lo mismo” se refería la hermana a las persecuciones y matanzas que las mercedarias y tantas otras órdenes religiosas habían sufrido en la república y durante la guerra. Yo le dije que no, fíjate que sabihonda, que vendría el Rey y se arreglaría todo.

Y si yo dije eso es porque eso notaba en casa y en las calles. Un absoluto deseo de que las cosas no se precipitasen y siguiésemos en paz adelante. No sólo las monjas o los vecinos, también mi tío Eladio, que había visto conmutada su pena de muerte por haber sido dirigente del Partido Comunista en Madrid. Qué sufrimiento y qué trauma en la familia aquella condena a muerte.

La cuestión es que, cuarenta años después, aquí nadie quería follones. España estaba en otra cosa. Tras la terrible posguerra, de miseria y fusilamientos, el país había conseguido superar el aislamiento internacional. Como el telón de acero del comunismo resultaba tan amenazador los americanos se vieron obligados a apoyarnos y en 1959 la visita del presidente norteamericano Dwight Eisenhower selló el final del ostracismo.

 Llevábamos décadas mirando con envidia a Alemania, Francia, Inglaterra, que se beneficiaban de los millones del plan Marshall y comiéndonos las uñas. De repente empezó el desarrollismo. Entraron los turistas a mansalva, los ministros del Opus Dei impulsaron la tecnocracia y la gente que salía de la alpargata pudo empezar a comprar un piso y su primer utilitario, aquel seiscientos que nos llevó por primera vez a la playa con la abuela, el bebé y la jaula del canario.

La democracia se fue apeteciendo mucho antes de la muerte del dictador. Se notaba en las manifestaciones, las huelgas, los estudiantes de la universidad, las minifaldas, la música. Naturalmente que quedaban divisiones, incluso entre los jóvenes. Yo recuerdo discusiones entre muchachos que llamábamos fachas, con abrigo loden y zapatos castellanos, y rojos de pelo largo y parka con cuello de pelo. Los de ETA mataban a mansalva, querían una república independiente socialista.

Pero la mayor parte de la sociedad quería paz y prosperidad, simplemente. La memoria de la guerra civil nos había dejado ahítos de sangre. Todo menos eso. Los partidos lo supieron leer perfectamente. Don Juan Carlos, al que Franco había dejado todo el poder, soltó aquellos privilegios del régimen. Encargó a Suarez la transición y empezó un proceso al que los partidos, todos, supieron sumarse leyendo lo que la calle pedía. Carrillo, el rojo peligroso, se hizo amigo del Rey. El cardenal Tarancón, al que algunos mandaron al paredón, saludó la democracia. Los republicanos dejaron de obsesionarse y la derecha encajó la legalización del temido Partido Comunista.

Francisco Franco Bahamonde había muerto en el hospital, a dos semanas de cumplir 83 años. Desde el golpe de estado contra aquella república, tan difícil de vivir para media España, acumulaba en el poder 39 años.

Ahora se cumplen cincuenta de su muerte. Tras 40 de franquismo, 50 de democracia y cabría pensar que los deseos de mis monjas, los esfuerzos de los políticos de todo signo, el trabajo de don Juan Carlos y los anhelos de mi tío Eladio hubiesen cristalizado en una sociedad menos polarizada, menos crispada, capaz de entender que somos diferentes, pensamos distinto y no por eso somos enemigos.

Me pregunto si es así, sin embargo. Esta semana he escuchado a Ione Belarra, secretaria general de Podemos, proponerle a Pedro Sánchez un plan para “reventar a la derecha”. La misma expresión que había utilizado antes Pablo Iglesias. Francamente, no me parece civilizado. Tenemos más odio que ideas. Eso no es bueno para nadie. Ojalá cada uno reflexione esta semana si está cumpliendo el deseo de conciliación de sus padres en aquel lejano 1975 o si está resucitando el clima dogmático que nos enfrentó. Hay una responsabilidad personal en cada uno de nosotros y especialmente en los que nos dirigen.