"A Félix Rodríguez de la Fuente se le conoció por su amor a los animales pero también admiraba al hombre"
Con motivo de los 40 años de la muerte del gran naturalista, Cristina entrevista a una de sus hijas, quien nos da nuevos detalles de él
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Los que hemos sido niños y jóvenes en los años 60 y 70 fuimos afortunados. ¡Qué suerte la nuestra! La de tener a Félix Rodríguez de la Fuente para que nos contara con tanto amor y pasión todo lo que él conocía de la naturaleza. Él siempre mostró un gran amor por los cuentos y por las historias. Desde que era pequeño y se los escuchaba a su madre cada noche hasta que de mayor los contaba por la radio y televisión, y a su particular público doméstico: sus hijas. Hoy tenemos la oportunidad de hablar con una de ellas: Odile Rodríguez.
Un 14 de marzo de hace 40 años fallecía Félix. Un día curioso porque fue el mismo día que nació. Odile le recuerda así: “Mi padre era un extraordinario cuentacuentos. En casa era exactamente igual que en la radio […] La vida de mi padre tiene algo de mítico. Su secreto era que era muy sincero y tenía mucho respeto a la cultura oral, le maravillaba el uso de la palabra”.
Odile presenta un libro sobre la vida y obra de su padre: “He buceado en toda su obra y aquí se expone, precisamente, lo visionario que él fue. Una de las anécdotas de u vida es su relación con la escuela: se escolarizó tarde. Empezó el colegio a los 7 años y justo estalló la Guerra Civil, o sea que realmente no empezó hasta los 10 años. Luego acabó yendo a la universidad dónde estudió medicina.”
Sobre la obra de su padre y su paso por distintos medios: “Donde mi padre se sentía más cómodo era en la radio. Siempre estaba preocupado por el hombre, aunque se le reconozca como amigo de los animales. Él era un profundo admirador de la vida pensante, y en consecuencia, de los humanos.”
También tuvo oportunidad de participar en política: “La UCD le ofreció participar en las primeras elecciones democráticas, pero lo rechazó porque la política era cortoplacista y que estaba muy limitada por intereses creados mientras que su mensaje era atemporal.”
Con respecto al lobo, Orile recuerda como una loba se enamoró de él: “Así es, y él lo contaba con mucha gracia. La loba se llamaba sibila y le consideraba el lobo alfa: le traía presentes, le hacía cortejos…”