Galapagar recuerda al Nobel Jacinto Benavente con la lectura de fragmentos de su obra
En el acto, que se ha convertido en una tradición, vecinos del pueblo leen pasajes del escritor en torno a su sepultura, en el cementerio viejo El Chopo
Galapagar recuerda al Nobel Jacinto Benavente con la lectura de fragmentos de su obra
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Este jueves se cumplen 68 años del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente, vecino ilustre de Galapagar. Cada 14 de julio se le recuerda igual; es ya una tradición leer su obra en torno a su sepultura, en el cementerio viejo de El Chopo.
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Allá por julio de 1954 don Jacinto fue enterrado en este lugar con una rosa entre las manos. Durante años sus amigos se reunían alrededor de su tumba para recordarlo con pasajes de su extensa creación: más de 170 obras.
Para muchas de ellas, el Premio Nobel encontraba inspiración en la finca urbana que mandó construir en la localidad. Allí disfrutaba de los veranos alejado del bullicio de la capital y escribió títulos como La Malquerida, entre las paredes de su palacete, donde parecía encontrar la paz hasta coronarse como uno de los mejores dramaturgos que hayamos conocido, fiel a un teatro tradicional y ligero.
Sus vecinos han leído, rosa en mano, algunos fragmentos de su obra, como La Losa de los Sueños o Ganarse la Vida.
El objetivo es recuperar la tradición y que cada año se recuerde a Jacinto Benavente. Además, en este año se cumplen 100 años desde que recibió el premio Nobel.
En el homenaje se ha descubierto una placa conmemorativa del autor y después se ha celebrado un recital poético musical.
El acto lo organiza cada año la Biblioteca de Galapagar, en colaboración con la ONG Acervo Intergeneracional.
La obra de Benavente
Abordó casi todos los géneros teatrales: tragedia, comedia, drama, sainete. Todos los ambientes encontraron cabida y expresión cabal en su escena: el rural y el urbano, el plebeyo y el aristócrata. Su teatro constituye una galería completa de tipos humanos.
La comedia benaventina típica, costumbrista, moderna, incisiva, supone una reacción contra el melodramatismo desorbitado de Echegaray. Lejos del aparato efectista de este último, Benavente construye sus obras tomando como fundamento la vida. Realismo, naturalidad y verosimilitud son los tres supuestos de que parte su arte, sin excluir en muchos momentos cierto hálito de poesía o de exquisita ironía.
Conoce perfectamente todos los recursos escénicos y sabe dar relieve dramático a las acciones más intrascendentes. En realidad, puede decirse que con su primera obra esterenada, El nido ajeno (1894), en que plantea un problema de celos entre hermanos, abre un nuevo periodo en la dramaturgia española. En Cartas de mujeres (1893) se advierte ya su interés por la psicología femenina, característica que aparecerá en toda su obra; El nido ajeno, Gente conocida (1896) y La comida de las fieras (1898) constituyen una reacción contra el teatro moralizador de Manuel Tamayo y Baus o de Benito Pérez Galdós.
A partir de 1901, su teatro adquiere mayor profundidad con obras como La noche del sábado (1903), novela escénica impregnada de poesía; El dragón de fuego (1903), y Los intereses creados (1907), considerada su obra maestra, hábil combinación de sátira y humor, donde culmina su arte innovador. En ella se ponen en movimiento los personajes de la commedia dell'arte italiana, con psicología española, y se hace una sutil y perspicaz crítica del positivismo imperante en la sociedad contemporánea. La obra logró tan entusiasta acogida que el público enfervorizado llevará a su autor en hombros hasta su domicilio, al término de su representación en el teatro Lara de Madrid.
En 1908 estrenó La fuerza bruta, fundando al año siguiente, junto con el actor Porredón, un teatro para niños. En otras obras, los principios educativos se mezclan con ambientes y motivos fantásticos (El príncipe que todo lo aprendió en libros, 1909).
Señora ama (1908) y La malquerida (1913) pertenecen al subgénero del drama rural. Se inspiran en un pueblo de la provincia de Toledo, Aldea en Cabo, en que pasó largos periodos de tiempo y presentan como personajes centrales caracteres femeninos dominados sexualmente por hombres de escasa altura moral. En total había escrito 172 obras cuando murió.
Cultivó además la poesía (Versos, 1893), el cuento, el periodismo, en el periódico ABC, y otras modalidades literarias (Cartas de mujeres, 1893; Pensamientos, 1931) con muy destacado acierto. Crítico de teatro en el periódico El Imparcial, recogió sus artículos en De sobremesa (1910, 5 volúmenes), El teatro del pueblo, Acotaciones (1914) y Crónicas y diálogos (1916).