Sin muros ni rejas: la nueva prisión de la Zona franca encara la recta final

El centro penitenciario de régimen abierto de la Zona franca puede aparentar muchas cosas desde fuera: desde una residencia a un centro educativo, pero si no fuera por el cartel, pocos dirían que es lo que es. El objetivo ya era este, que los internos se sientan parte de la comunidad para facilitarles la transición en la vida que les espera después de la condena. El centro es de régimen abierto. Esto quiere decir que la mayoría de personas penadas irán solo a dormir. La idea es que se abra las puertas el primer semestre del 2026 , hacia junio y acoja  los hombres que quedan en las prisiones de Wad-Ras y Trinitat Vella de Barcelona. La puesta en marcha culminará con el cierre definitivo de la prisión de San Andreu.

 Controles biométricos para acceder a los dormitorios  

Son 13.000 m² con 200 habitaciones divididas en dos módulos simétricos e independientes. Cada módulo tiene una planta baja con un patio central y, alrededor, el que serán el comedor, una sala de día para actividades, otra para la televisión, una biblioteca, un gimnasio, una sala de formación con ordenador, lavandería y WC.

Encima, hay cuatro plantas más con los dormitorios —la mayoría para cuatro personas— y los lavabos compartidos. En total, caben unos 800 internos, que para acceder a su planta necesitarán una tarjeta y pasar controles biométricos. Estos controles se sumarán a los que ya habrán pasado para entrar al vestíbulo principal.

Obra casi acabada a falta del “trabajo invisible”  

La obra gruesa ya está terminada. “Estamos en aquel momento peligroso que parece que está acabado cuando todavía queda mucho trabajo”, informan desde Prisiones. En las habitaciones ya hay literas, armarios o mesas. Los baños están bastante avanzados. En el comedor, faltan solo las mesas, y la cocina ya se intuye como quedará.

Faltan, los acabados y el que denominan “trabajo invisible”, que son las instalaciones, los sistemas de seguridad o la puesta en marcha. “Habrá que verificar que todo funciona correctamente. Interfonos, luces, cámaras…”, explican.

 Sin rejas, muros ni concertinas  

Quiere ser una prisión amable para los internos. Por eso, en las habitaciones —que dan todas en el patio interior— no hay rejas a las ventanas. Tampoco hay muros o concertines y se han creado salas de primera acogida para recibir las personas que llegan nuevas.

Rosa Martínez Casado, jefe de Servicios de Medio Abierto de la Dirección General de Asuntos Penitenciarios, explica que el objetivo es que cuando lleguen aquí “dejen a banda el estigma de estar cumpliendo una pena privativa de libertad y tengan la mirada puesta más al exterior que en el interior”. Por eso cada persona tiene su programa individualizado de tratamiento, con sus horarios y las actividades que puede echar.

 El paso a régimen abierto: “Se piensan que la vida se ha parado”  

Recuerdan que el paso del régimen ordinario en la comunidad es un “acontecimiento crítico importantísimo”, porque “cuando llegan al centro de régimen abierto se piensan que la vida se ha parado y que, cuando salgan, se lo encontrarán todo como estaba. Familia… amigos… Y muy a menudo no es así”, lamentan.

Por eso, dicen, es tan importante hacer un buen acompañamiento a estas personas. Aseguran que en todo momento hay un equipo de profesionales —psicólogos, educadores, trabajadores sociales, de inserción laboral o juristas— que hacen seguimiento y están pendientes del que hacen dentro y fuera del centro para mirar de asegurar la reinserción.

Los datos avalan el trabajo que se hace en este tipo de centros. Solo uno de cada  diez presos que sale en libertad después de pasar por el régimen abierto reincide. En sistema penitenciario catalán, el dato global de reincidencia es  en torno al 20%. Es decir, dos de cada diez.