El esgrafiado segoviano en los últimos veinte años

Con motivo del vigésimo aniversario de COPE Segovia, el director de la Fundación Caja Segovia, Rafael Ruiz, analiza la evolución de uno de los elementos más genuinos de esta tierra

Rafael Ruiz, director de la Fundación Caja Segovia

Redacción digital

Madrid - Publicado el

9 min lectura

El vigésimo aniversario de COPE Segovia ha servido para que elementos característicos del territorio se acerquen. Porque si la andadura de la emisora ha alcanzado las dos décadas, hay ejemplos que llevan bastantes décadas más en Segovia. Incluso siglos. Y que contribuyen a la esencia de esta tierra. Hay elementos que van ligados irremediablemente al nombre de la ciudad en el imaginario colectivo. El Acueducto sería el más señero. Pero hay otros claramente definitorios de la estampa segoviana. Y aquí parece el esgrafiado. Esa decoración tan genuina que se puede ver en multitud de fachadas segovianas, pero también en otros lugares interiores y de decoración.

Una de las voces autorizadas para referirse a esta técnica y a esta expresión es el director de la Fundación Caja Segovia, Rafael Ruiz, que con motivo del vigésimo aniversario de COPE Segovia ha preparado el siguiente texto sobre el esgrafiado segoviano.

La encomiable labor de Cope Segovia durante los últimos veinte años ha llevado a esta cadena a imbricarse tan estrechamente en el tejido social de nuestra ciudad y provincia que hoy no se concibe el tiempo que dedicamos a escuchar radio sin esta opción, tan grata para muchos de nosotros. Cope está presente en nuestro vivir cotidiano y hoy forma parte inseparable del “paisaje” de esta tierra, veterana en eso de conjugar verbos tan placenteramente sonoros como “acoger” e “integrar”. La breve historia que contaré en esas líneas es un claro ejemplo.

En la segunda mitad del siglo XV, encontraba amplia acogida en Segovia una curiosa costumbre que, tras siglos de desarrollo en el mundo hispanomusulmán, estaba llamada a convertirse en un elemento idiosincrásico de su arquitectura: el esgrafiado. Se trata de un revestimiento mural que en la capital y provincia fue aplicado entonces a la reproducción de una decoración geométrica, con cierto relieve y seriada, que tapizó las fachadas de destacados edificios como el Alcázar, las iglesias de San Juan Bautista y de Nuestra Señora en Aguilafuente, el Torreón de Arias Dávila, la Casa de los Campo, el Palacio de Aguilar, los castillos de Pedraza y Cuéllar, el Torreón de Lozoya, la Casa de los Peces, la Torre de Arias Dávila, ciertas partes del Castillo de Coca, Convento de Santa Cruz, monasterios de San Antonio el Real y de San Pedro de las Dueñas (Lastras del Pozo)… La lista es tan numerosa que puede afirmarse, sin lugar a dudas, que Segovia fue el epicentro del esgrafiado bajomedieval en el reino de Castilla.

Al tiempo que Segovia embellecía de este modo muchos de sus edificios, otra ciudad, Florencia, hacía algo similar con los suyos, si bien empleando un tipo de esgrafiado basado en el contraste del color gris con el blanco, sin apenas relieve, aplicado a una decoración figurativa y renacentista. Pronto su uso se extendió por buena parte de la Toscana, Roma, Lombardía y algunos cantones suizos, para después, ya en el siglo XVI, cuajar en buena parte de Centroeuropa. En la década de 1530 -poco antes de que empezará a proliferar en regiones de Alemania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, etc.-, esta novedad llegó a nuestra Península, quizá a través del Camino de Santiago, y rápidamente fue recibida en Segovia. Para su acomodo, la ciudad y la provincia prefirieron los patios, zaguanes e interiores de iglesias, siendo este esgrafiado muy raro en exteriores (la gran excepción es la delicada cenefa del Arco de la Canonjía): sacristía de la iglesia de Torreiglesias, patio del Palacio del Marqués del Arco, galería al jardín del Torreón de Lozoya, zaguán y patio del Palacio de Quintanar, patios de la Casa-Palacio de Miñano en Turégano, interior de la Iglesia de Santa María de Mediavilla en Pedraza…

La presencia de estas dos corrientes de esgrafiado -una hispanomusulmana y otra de raíz italiana- en una demarcación tan concreta como Segovia constituye un hecho absolutamente excepcional en todo el mundo. Sin embargo, estos halagüeños inicios se vieron truncados por la crisis económica y constructiva que trajeron consigo los siglos del Barroco, momento en el que este revestimiento se aplicó al exterior de algunas iglesias que reformaron su cabecera para acoger grandes retablos (Santa Eulalia, San Martín), torre y muros externos de la iglesia de San Marcos y poco más. La pintura mural se abría camino en el embellecimiento externo de los pocos edificios que se construían y es significativo que en la Casa de la Tierra se destinara la pintura a la fachada principal, relegando al esgrafiado a su frontis lateral, zaguán y patio. Tal adversidad supuso, no obstante, la apertura de un nuevo campo de acción para el esgrafiado que iba a ser determinante en su asimilación a gran escala: la arquitectura popular. Fue en pueblos como Sangarcía o Pedraza donde nuestro revestimiento volvió los ojos hacia su pasado medieval y retomó aquella decoración geométrica que había decorado templos, castillos y palacios. Por ello

no ha de extrañar que, cuando a mediados del siglo XIX el ayuntamiento de la capital obligue a sus vecinos a decorar las fachadas de todo el caserío, a fin de modernizar la ciudad, se imponga el esgrafiado como opción preferida por los segovianos, irradiando esta costumbre a toda la provincia. Hoy Segovia constituye uno de los lugares con más densidad de esgrafiados de todo el planeta.

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A lo largo del siglo XX, el esgrafiado vivirá una fuerte implantación en la arquitectura segoviana, llegando a seducir al propio Daniel Zuloaga -que diseñó algunos-, si bien su uso decaerá de forma dramática a partir de la década de los ochenta. En 1985, consciente de este problema, la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Segovia (Casa de los Picos) promovió la creación de una especialidad en “Revestimientos Murales”, con especial atención al esgrafiado, en cuya primera promoción tuve el placer de figurar. Con ello se pretendía que esta tradición de siglos no cayera en el olvido.

Afortunadamente, los últimos veinte años han supuesto un cambio de signo. A los pocos artistas que en el último cuarto de siglo tuvieron la rara oportunidad de diseñar o realizar algún esgrafiado novedoso -José Miguel Merino de Cáceres, José Manuel Contreras, Mari Mar Nevado, Anunciación Cubero, Carlos Horcajo, Carlos Muñoz de Pablos o Marino Carabias- se han sumado jóvenes valores, algunos formados en la Casa de los Picos, como Santiago San Martín, Paz Chousa, Luis Moro, Kimberly Bárcenas, Carolina Alcalá Cárdenas, Pablo Arévalo, Ana Marazuela…, algunos de los cuales han promovido o participado en experiencias colectivas como son los murales llevados a cabo recientemente en Cuéllar y Nava de la Asunción.

El mes de octubre de 2007 marcó un hito en lo que a intervenciones en esgrafiados históricos se refiere, puesto que finalizaba la primera restauración propiamente dicha de un testimonio medieval de primer orden: la Torre de Arias Dávila. Llevada a cabo por la empresa RestauroGrama Hispania, los espectaculares resultados de esta intervención cambiaron radicalmente lo que hasta entonces pensábamos los estudiosos de este revestimiento sobre su método de realización, dado que sosteníamos el empleo de una plantilla, cuando en realidad se trataba de una compleja decoración gótica dibujada in situ con reglas y compases. Sin abandonar el terreno de la restauración, en la primavera de 2016, a petición de la Comisión de Patrimonio de la Junta de Castilla y León, acompañé a varios de sus miembros a visitar un inmueble ruinoso en la Calle Arias Dávila de la capital, siendo lo más sobresaliente en cuanto a revocos que allí se conservaba, un reloj de sol neoplateresco que respondía a las maneras de Daniel Zuloaga. A la vista de su importancia y singularidad sugerí que se arrancara y se trasladara al Museo de Segovia, puesto que esta institución no contaba con ejemplo alguno de esgrafiado. Felizmente, la pieza hoy se encuentra en el museo segoviano, donde ha sido restaurada por Cristina Gómez González.

La vuelta del esgrafiado a muchas fachadas segovianas, durante los veinte primeros años del siglo XXI, se ha visto favorecida por sabias disposiciones institucionales, como la que, en mayo de 2014, publicaba el Boletín Oficial de la Provincia de Segovia, a raíz de la Modificación de la Ordenanza Fiscal nº 2, reguladora del Impuesto de Construcciones, Instalaciones y Obras del municipio de Coca; en ella se estableció “una bonificación del 35% de la cuota para aquellas obras de construcción de viviendas residenciales que se realicen dentro del recinto murado de la Villa […], que cumplan la condición de que las fachadas de las nuevas edificaciones se realicen con acabados típicos castellanos”, entre los que se incluyeron las fachadas “realizadas con la técnica del esgrafiado”; se hizo constar, igualmente, una bonificación del 25% en las obras de rehabilitación que incluyeran, entre otros acabados, el esgrafiado.

En el terreno de la anécdota, pero también en el del especial sentir de los segovianos hacia el esgrafiado, las navidades de los años 2013 y 2014 fueron noticia en Segovia por utilizar como adornos luminosos los diseños procedentes de nuestros revestimientos: “La decoración navideña de las ciudades -decía por entonces las revista Graffica- suele ser una catástrofe visual multicolor donde no existe criterio ni fundamento conceptual. Únicamente se trata de poner lucecitas de colores titilantes. Bajo el nombre Ilumigrafías, Adrián Cugar consigue introducir la cultura y el diseño en la iluminación y decoración navideña de las calles de la ciudad, pero sobre todo recupera está expresión artística para otorgarle el respeto que se merece. Nada de adornos industriales y seriados. Estas navidades, serán los elementos gráficos de la propia ciudad, los que bajo el estudio y diseño de Adrián Cugar, joven diseñador segoviano, iluminen el Casco Histórico de Segovia”. Ya por entonces, muchas segovianas lucían pendientes, collares y otras joyas a las que “Lucrecia. Joyería Historicista y Conmemorativa” aplicaba diseños de esgrafiado, la misma idea que muchas bordadoras habían tenido décadas atrás a la hora confeccionar las minuciosas camisas de la indumentaria tradicional segoviana.

Importante ha sido igualmente la labor divulgativa e investigadora, desarrollada durante estos años desde instituciones como la Diputación Provincial, el Museo del Paloteo (en San Pedro de Gaíllos), la Asociación de Amigos del Patrimonio de Segovia, la Universidad de la Experiencia o el Ayuntamiento de la ciudad. Gracias a ellas se han promovido conferencias, cursos prácticos y visitas guiadas que, no sólo se han detenido en los emblemáticos edificios medievales y renacentistas, sino también en la arquitectura popular, quizá la más amenazada, a fin de sensibilizar sobre su conservación. Especial mención por su gran implicación en esta labor merece el Instituto de la Cultura Tradicional Segoviana “Manuel González Herrero”, cuya línea editorial ha sacado a la luz trabajos de investigación de Aurora de la Puente Robles o de mi autoría, al tiempo que ha apoyado con exposiciones el curioso trabajo del malogrado artista Justino Santos, autor de una importante serie de grabados sobre las fachadas esgrafiadas más importantes. A este instituto se debe también la proyección internacional que ha alcanzado nuestro esgrafiado, puesto que, sin su apoyo, no hubiera podido desarrollar el trabajo de investigación “Corrientes Nacionales e Internacionales del Esgrafiado”, del cual se han derivado dos libros. Ellos, a su vez, han promovido los dos primeros encuentros internacionales sobre esta técnica, desarrollados en la localidad alemana de Hildesheim (2017) y en la ciudad checa de Litomyls (2019), en los que he tenido el privilegio de dar a conocer más allá de nuestras fronteras esta escuela de esgrafiado, sin duda una de las más singulares del mundo.