Una investigación intenta frenar la extinción de las abejas por el cambio climático: "Sin ellas el problema es mucho más grave"

Cada invierno cálido descoloca a las abejas y fortalece al parásito culpable de que cada vez haya menos. Científicos del Centro Apícola de Marchamalo lideran un proyecto europeo para acelerar su adaptación y garantizar su futuro.

Nacho Rodríguez de Tapia

Guadalajara - Publicado el

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Fíjate en este dato: solo en España se pierden cada año entre el 30 y el 40 % de las colmenas. Las causas son múltiples: el cambio climático, el uso de pesticidas, la pérdida de hábitat y la presión constante de parásitos como la varroa. Las abejas están en una situación crítica y, con ellas, todo el sistema agrícola que depende de su labor como polinizadoras.

En el Centro de Investigación Apícola y Agroambiental de Marchamalo, un equipo trabaja para entender qué está pasando y cómo se puede frenar esta pérdida. Se trata de un proyecto de alcance europeo, financiado con fondos comunitarios y con la participación de varios grupos de investigación. Desde Guadalajara, este centro busca soluciones concretas para proteger a una especie clave para la seguridad alimentaria y para los ecosistemas del mundo. Porque sí, las abejas son esenciales para conservar lo que tenemos.

Como explica Raquel Martínez Hernández, investigadora en el centro: “todas las plantas que generan flor necesitan a las abejas para polinizarse, son claves para la producción agraria”.

Pero, ¿cómo les afecta el cambio climático? La principal consecuencia está en la temperatura

El cambio climático se ha convertido en una preocupación central para el sector agrícola, y el olivar jiennense no es una excepción

Las abejas, con la llegada del invierno, aprovechan para descansar, gastar menos energía, no salir al campo y sobrevivir gracias a la miel recolectada durante la primavera. Con las altas temperaturas en diciembre y enero, toda esa pausa no se produce: se ven calentitas, siguen criando y consumiendo su miel y su energía, pero salen a la calle… y no hay flores. Como advierte Raquel: “puede producir un desajuste y que las abejas tengan la temperatura para salir de la colmena y que no tengan sitios donde recolectar néctar. Ellas tienen miel para pasar el invierno, pero si hay más actividad, consumen más de lo debido”.

Y hay otro efecto importante. Durante su parada invernal, las abejas no crían, lo que frena la proliferación de uno de sus principales enemigos: el parásito varroa. Si hace calor, el parásito se extiende por la colmena. “El parásito varroa necesita cría de abeja para reproducirse. Si no se produce la hibernación, las abejas siguen criando y ahora, durante el invierno, varroa sigue aumentando, y todo el problema asociado también”, explica Raquel.

 La varroa se alimenta de la propia abeja y transmite virus que pueden provocar que toda la colmena muera.  

Desde el Centro de Investigación Apícola de Marchamalo, Raquel forma parte de varios equipos dedicados a la conservación de las abejas. El que ella dirige está centrado en describir la subespecie de abeja melífera que hay en la península ibérica y en hacer entender que mezclarlas con otras abejas de otros lugares puede ser contraproducente. “Lo que estamos viendo es que cada subespecie está adaptada a sus condiciones locales y hay que intentar que los apicultores entiendan que traer abejas de fuera, porque tienen una condición mejor, como que son menos agresivas, no va a ser mejor para nuestra subespecie y puede diluir sus beneficios”, señala.

Ante el reto que suponen el cambio climático y la varroa, el equipo trabaja para acelerar el sistema de defensa de la evolución: la selección natural. Seguro que ya sabes lo que es: la selección natural es el proceso por el cual los seres vivos con características más favorables para su entorno tienen más probabilidades de sobrevivir y reproducirse, transmitiendo esas cualidades a sus descendientes. Es decir, si hay una abeja tolerante al parásito, será su descendencia la que sobreviva a la larga. El problema es que ese proceso dura miles de años, y no tenemos ese tiempo. Además, los apicultores, de forma natural, tratan este parásito: salvan la colmena, pero al hacerlo, evitan que la selección natural actúe.

“La selección natural tarda cientos o miles de años. Nosotros intentamos acelerarlo. Varroa es un ácaro muy patógeno y, además, transmite virus. Si la tratamos, evitamos que la selección natural trabaje, entonces intentamos acelerarla nosotros para que esto se produzca en un corto periodo de tiempo”, explica Raquel.

El proyecto durará cuatro años y está dirigido por Mariano Higes. No conseguirán un resultado que cambie las cosas de golpe, pero sí sentarán las bases de las que serán las abejas del futuro: abejas tolerantes al parásito.