De Castro Urdiales a Paiporta, la unión que nació de una desgracia: "Totalmente destrozada..."
Tras la DANA que destrozó sus casas y su día a día, cien estudiantes valencianos han pasado una semana en Castro Urdiales gracias a un proyecto educativo cargado de emoción
Santander - Publicado el - Actualizado
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Hace apenas unos meses, Pablo dormía en casa de sus abuelos porque su vivienda, un bajo en Paiporta, había quedado arrasada por una DANA. Su familia se dividió para poder rehacerse poco a poco. Él, su madre y su hermano se fueron a una casa; su padre, a otra. Fue duro. Y hoy, aunque ya han vuelto a su hogar, aún quedan puertas por poner y ventanas que arreglar.
Pero esta historia no va solo del desastre. Va de lo que ocurrió después.
Pablo es uno de los 99 alumnos del IES Andreu Alfaro que han vivido una experiencia difícil de olvidar: una semana en Cantabria, en Castro Urdiales, donde se han sentido acogidos, escuchados y, por primera vez en mucho tiempo, despreocupados. Lo dice él mismo con palabras sencillas, pero que lo dicen todo: “Es algo que no puedo explicar con palabras. Increíble”.
Un viaje que nació del barro
Todo empezó tras la DANA. El agua lo arrasó todo en Paiporta, en plena comarca de l’Horta Sud, y los profesores del instituto decidieron que había que hacer algo más que reponer libros y pupitres. Entre ellos, Beatriz Gómez, profesora y pedagoga, que se cruzó en el camino con Pedro Ortiz, docente del IES Ataúlfo Argenta de Castro. Lo que comenzó siendo una llamada de apoyo, acabó convirtiéndose en un proyecto de hermanamiento al que llamaron “Germanamens” —hermanamiento, en valenciano—. Un gesto que lo dice todo.
“Más que material, lo que nuestros alumnos necesitaban era salir de las cuatro paredes del instituto. Necesitaban respirar”, cuenta Beatriz. Y lo hicieron. En Cantabria.
Los jóvenes de Paiporta durante su visita a Cantabria
Castro Urdiales abrió sus puertas
Durante una semana, un centenar de estudiantes del IES Andreu Alfaro compartieron experiencias, excursiones y muchas emociones con los alumnos de cuatro institutos castreños. Veinte de ellos se alojaron con familias locales; el resto durmió en un hotel y en el albergue de Santullán, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Castro Urdiales, que no dudó en facilitar el alojamiento cuando las plazas en casas se quedaron cortas.
En esos días hicieron de todo: caminaron por los acantilados de Castro, visitaron Santander y el estadio del Real Racing Club, participaron en rutas culturales y celebraron jornadas deportivas que sirvieron para conectar de verdad con los estudiantes cántabros. Pero lo importante no queda solamente en la actividad, sino lo que ocurrió entre medias: las conversaciones, las risas, las confesiones, los vínculos.
Una amistad que no se borra
Ylen, otra de las alumnas, se alojó en casa de una joven castreña con la que, dice, ha conectado como si se conocieran de toda la vida. “Hablamos todos los días. Yo estoy invitada a las fiestas de Castro, y ella a las Fallas”, cuenta con una sonrisa que se nota, incluso sin verla.
No todos han mantenido ese contacto tan constante, pero todos se llevan algo dentro. Algo que, como dice Pablo, no se puede explicar con palabras.
La alcaldesa de Castro Urdiales junto a los alumnos de Paiporta
Educación que cuida, que abraza
Beatriz, que acompañó a los chicos durante todo el proceso, recuerda los primeros días tras la DANA como una etapa de acogida emocional. “Hicimos asambleas afectivas, con el único objetivo de que volvieran a sentirse seguros. Después, poco a poco, fuimos retomando las clases… aunque nada era del todo normal”.
Todavía hoy, meses después, muchos de esos alumnos se enfrentan al desafío de graduarse, conscientes de las dificultades que han pasado. La DANA les quitó un trimestre entero y ha afectado a sus notas, a su concentración y a su estado emocional. Pero esta experiencia, dicen, ha ayudado.
“Verles sonreír, verles ilusionarse otra vez, ha sido lo mejor”, resume la profesora.
Un viaje que no termina
La historia no acaba aquí. Las amistades siguen vivas, y ya se habla de nuevas visitas. “Cuando te tienden la mano en el peor momento, eso no se olvida”, dice Beatriz.
Y eso es lo que ha ocurrido en Cantabria. Una comunidad que una vez más ha demostrado que cuando se trata de ayudar, no hace falta pensárselo mucho. Solo abrir la puerta. Y el corazón.