LAS DIVINAS PALABRAS DE ERNESTO MEDINA | 29 MAYO 2025 |

"Pues si queremos que la Catedral sea patrimonio de la humanidad, empecemos por hacerla patrimonio de los giennenses"

Ángel López

Jaén - Publicado el

2 min lectura

Mi madre se levantaba temprano, antes casi de que amaneciese, para que no la pillase el sol. Salía a la terraza sin hacer ruido para no despertar a ninguno de sus hijos ni a su marido. A la hora del desayuno habría acabado. Se sacaba un café con leche en el poyete y empezaba a echar en un bidón de metal la sosa cáustica y el agua templada. La mezcla desprendía calor. Con suerte, mi hermano Ismael, el más madrugador y de sueño más ligero, la acompañaba en la tarea de disolver el mejunje con un palo. Una vez completamente disuelta la sosa, desayunaban los dos juntos mientras la mixtura se enfriaba. A continuación, el aceite de oliva usado en los fritos y al que ya no se le podían pedir más servicios culinarios era añadido en un finísimo hilo mientras mi padre, incorporado a la tarea, no dejaba de mover. Siempre en la misma dirección, como si fuesen unas natillas que, al cambiar el sentido del giro, pudieran cortarse. Más de una hora batiendo sin pausa hasta que el jabón empezaba a cuajarse. Esa mañana, ya de verano y vacaciones, no habría ducha con la manguera en la terraza. El jabón no podía mojarse.

Al día siguiente, antes de desmoldarlo, con un cuchillo grande lo cortaba en trozos. Con aquel jabón limpiaría los pañales de los pequeños o las manchas de tomate y chocolate de los mayores. Aquel jabón, sencillo, propio de las economías de resistencia de mi familia numerosa, ahora lo llaman “jabón de Marsella”. Que lo digan los forasteros, pero hay que ser necio si un giennense lo denomina así. Yo sigo usándolo. Casero. Me lo proporciona algún amigo o se lo compro, perfumado con agua de rosas, a los alumnos de mi instituto que lo fabrican en las prácticas de química para venderlo y donar la recaudación a Cáritas.

Me pregunto, a instancias de mi hermano Antonio, si el jabón de aceite de oliva y sosa no servirá también para eliminar hierbas, matojos e incluso higueras de los muros de la Catedral. Es bochornosa la flora cuasi amazónica que crece entre sus piedras. Soy consciente de que al cabildo catedralicio no le alcanza el presupuesto para la limpieza. Pues si queremos que la Catedral sea patrimonio de la humanidad, empecemos por hacerla patrimonio de los giennenses. Una labor mancomunada de instituciones públicas y privadas, voluntarios y donaciones para que la Catedral se quede como los chorros del oro. Igual que las camisas blancas que mi madre le lavaba a mi padre con el jabón de aceite y sosa.

Palabras, divinas palabras.

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