Jaén - Publicado el - Actualizado
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El año que nació mi hijo. En la Malagueta, el día de la Asunción. Yo estaba en los tendidos cuando Curro Romero y Rafael de Paula tuvieron a bien explicar en cuatro toros qué era el arte. Había ido solo de modo que comprendí por qué Luis Miguel Dominguín abandonó a Ava Gardner en la cama para contarles a los amigos que se había acostado con ella. Si no se comparte, no existe.
Junto con la retirada de Antonio Chenel, “Antoñete”, y la de Curro Vázquez, ambas en Las Ventas, forman la trilogía de mis cúlmenes como aficionado. Tengo pendiente completar el póker. Ha estado cerca alguna corrida en el Coso de la Alameda de Joselito, Ortega Cano o Ruiz Miguel. Pero el hueco seguía pendiente. Y seguirá estándolo. Lo mejor que puedo decir de la reaparición de José Tomás el domingo en Jaén es que el diestro vestía de tabaco y oro. El súmmum de los ternos taurinos. Aunque ay con esa manía de los remates en plata. La corrida fue sólo tabaco y oro, además del aura trágica del torero.
Debí haberlo previsto. Presagios hubo. El Ayuntamiento optó por arreglar el talud del aparcamiento de La Salobreja la semana de la corrida. Obviamente, sin flores. Preludio del erial que fue el festejo. Las colas de entrada eran un afán por figurar. Muchos de los asistentes más que a contemplar un espectáculo consideraban que el espectáculo era que ellos fuesen contemplados. Pijos y pijas doquiera. Por los vomitorios la gente entraba tarde, sin respeto por la lidia ni el resto de espectadores. Con inmensas cubas de cubalibres o whisky. Una señal de petulancia tan rancia como los polos que vestían ellos o los abanicos de la ultraderecha con los que se aireaban ellas.
La banda de música intentaba con la excelencia habitual poner orden en aquel desaguisado: “Churrumbelerías” del Maestro Cebrián, Nerva, Manolete… Inútil. Un tonto grita en mitad de la faena, “me aburro”. A otro le da por reivindicar a un rey, ¿qué rey?, por afrentar el supuesto republicanismo de José Tomas.
Los tendidos, repletos. Hermosos con los deslumbrantes colores claros de la ropa veraniega. Muchos sombreros panamá que quizá denotaran elegancia, pero debajo de los cuales estaba ausente el rigor taurino que hubiera impedido regalar dos orejas. No hubo toros. El Mesías no se apareció. La tarde se redujo al traje de luces tabaco y oro de un republicano. Muy poco para la expectación creada. Un ejemplo de la vida misma.
Palabras, divinas palabras