Centenario de la versión de concierto de El amor brujo de Manuel de Falla

Archivo Manuel de Falla

Manuel de Falla en el Carmen de la Antequeruela (Granada)

Jorge de la Chica

Granada - Publicado el - Actualizado

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El próximo día 20 de junio, viernes, está anunciado en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, en el Palacio de Carlos V, una actuación de la Orquesta Ciudad de Granada que, bajo la dirección de Juanjo Mena, ofrecerá la obra inmortal de don Manuel de Falla “El amor brujo”, en su edición del año 1925. Se cumplen así los cien años de vida de esta versión de la gran obra de Falla, uno de los momentos cumbres que acreditan sobradamente la gran calidad de este compositor que tan bien supo penetrar en la entraña de la música española, dejando hitos en la historia de nuestro devenir musical, hitos tan importantes como Las noches en los jardines de España, El sombrero de Tres Picos, El retablo de Maese Pedro, etc.

Posiblemente sea “El amor brujo” la obra más universal, más conocida, del ilustre compositor gaditano. Hemos escrito la más universal, no la más completa y acabada del autor andaluz. Y es una obra que tiene un largo historial, con una serie de circunstancias y muchas adversidades, que fueron jalonando el desarrollo de la obra hasta llegar a como la conocemos en los momentos actuales. Falla, genial desde el principio, fue evolucionando hasta alcanzar un altísimo nivel, evolución a la que solamente se puede poner un pero: su exquisita sensibilidad no se casaba con dejar una obra sin que estuviera suficientemente pulida y así tardaba mucho en culminar cada una de sus creaciones. Su honestidad, su enorme sentido de la honradez, no le permitía dejar finalizado algo hasta que no quedaba convencido de su calidad. Hay muchos aspectos de la personalidad de don Manuel que son dignos de estudio y de consideración. Era un hombre austero, vivía con extraordinaria humildad y parece ser que era bastante introvertido, aunque su carácter era bondadoso y cortés en extremo. La autoexigencia era una característica de su forma de ser

Su sencillez, su sentido de la modestia, su austeridad que algunos han llegado a calificar de monacal, se advierten en cada uno de los rincones de su casa de la Antequeruela, donde pasó diecinueve años de su vida, años fecundos en cuanto a creación, años en los que se empapó de lo mejor de Granada, ciudad que hoy se siente legítimamente orgullosa de este hombre sencillo y humilde, pero gigantesco en cuanto a su talento y a su bondad. Profundamente católico amaba el silencio, la paz que durante mucho tiempo la ciudad supo transmitirle. Y aquí también estrechó lazos de afectuosa amistad, amigos que siempre admiraron y respetaron al gran músico y a la excepcional persona que era. Amigos como Federico García Lorca, como Valentín Ruiz Aznar, etc. que vivieron de cerca y conocieron la espléndida dimensión humana e intelectual y artística de este hombre irrepetible.

Pero volvamos a “El amor brujo” que es el principal motivo de este comentario. He escrito antes que no anduvo ajeno a las dificultades y tuvo que pasar diversos procesos hasta que acabara tal y como ahora lo conocemos y como lo vamos a escuchar en esta edición del Festival granadino. Ahora es unánime la respuesta elogiosa de esta gran obra de la música española, pero tuvo que pasar por una serie de avatares, tal y como ocurrió con otras obras de la que podríamos llamar como primera etapa compositiva de Falla. Me viene a la memoria la serie de vicisitudes por las que atravesó “La vida breve”, ya que no se cumplió la promesa de la convocatoria de premio que incluía el estreno aquí en España y miren ustedes por donde tuvo que ser estrenada en Francia. Nosotros los españoles siempre cuidando lo nuestro. Todas estas contrariedades las recoge de forma admirable Carlos Fernández Shaw en un interesantísimo libro que titula “La larga historia de La Vida Breve”. El proceso de afianzamiento de “El amor brujo” es bastante diferente pero también pasa por largo periplo hasta llegar a las versiones que ahora conocemos y que podemos disfrutar. Tanto la versión que hoy nos ocupa- 1925- como la que también se ofrece con mucha frecuencia, la de 1915.

Cuenta Jaime Pahissa en su interesantísimo libro sobre la vida y la obra de don Manuel que Gregorio Martínez Sierra le dice a Falla estas palabras que cito textualmente: “Pastora quiere que le hagamos una canción y una danza”. Aunque quien escribía era María Lejárraga, esposa de Martínez Sierra, él era el que firmaba los trabajos de su esposa. Pues bien a quien se refería era a la gran artista Pastora Imperio que fue la musa inspiradora de los inicios de esta genial obra de Falla, hasta el punto de que el compositor conoció a la madre de Pastora, la Mejorana, a la que escuchó cantar soleares, seguiriyas, polos y martinetes. El citado Jaime Pahissa cree que en estos cantes encontró Falla motivos de inspiración, aunque fuera más bien de ambiente, de atmósfera que no de futuras transcripciones o desarrollos temáticos basados en estos cantes. Opinión personal, por supuesto, susceptible de ser rebatida.

La gestación del Amor Brujo supuso un intenso trabajo que duró desde noviembre hasta el mes de abril. Se escuchó y se vió por primera vez muy en privado. Pahissa alude a que “se representó en familia”. Con la gran Pastora estaba su hermano y su cuñada. Una orquesta era dirigida por Moreno Ballesteros y al piano se encontraba el hijo del director, Federico Moreno Torroba que con el tiempo sería un importante compositor del género lírico y con obras muy interesantes para guitarra y camerísticas. El estreno se hace en el Teatro Lara en abril de 1915 y no estuvo acompañado del éxito. Sin embargo los gitanos sintieron que eso era algo como muy suyo. Quienes más se distinguieron por su postura negativa fueron los críticos y algunos intelectuales. Hubo quien escribió que aquello eran unas “gitanerías “ sin importancia. Sin embargo- y continuamos siguiendo a Jaime Pahissa- el célebre compositor Amadeo Vives que estaba presente en la ocasión hizo un comentario que es muy significativo y que tenía mucho de profético: Esta música es muy buena y correrá al mundo”. No se equivocaba el ilustre maestro catalán, autor entre tras obras de Doña Francisquita, Maruxa y La villana. La obra de Falla es sin duda una de las más valoradas y que provocan entusiasmo en todo el mundo. Muchos identifican a Falla con su gran obra El Amor Brujo.

Pero Falla es hombre meticuloso que quiere llegar a alcanzar la mayor perfección posible y por eso vuelve a trabajar de forma incansable, reforma y reforma una partitura que va alcanzando cada vez una mayor dimensión artística. Amplía la orquesta, hace que tenga una mayor entidad porque es un artista autoexigente. Lo suyo es trabajar, pulir, lograr la mayor perfección posible, no quedar contento de cualquier manera sine encontrar el camino que sabe que va a llevarle a alcanzar la más alta dimensión, llegar a lo más completo de su creación. Nada de la alegría simplona que muchos sienten hacia lo que han creado sin profundizar en la obra, sin llegar a alcanzar la conformidad que lleva a la paz consigo mismo.

Convierte aquellas gitanerías en una suite de un alto nivel artístico. Como tal se estrenará en el gran salón del Hotel Ritz en una sesión de la Sociedad Nacional de Música. La orquesta encargada de dar vida a la hermosa partitura fue la Filarmónica que dirigía Bartolomé Pérez Casas que después sería el primer director de la Orquesta Nacional de España. Y como dato relevante, de especial significado, en el piano estuvo el sevillano Joaquín Turina. Previamente Martínez Sierra - María Lejárraga en realidad- había hecho grandes cambios en el argumento que trata de una gitana atormentada, Candelas, a la que persigue el espectro de su anterior novio, un galán disoluto y malvado, hasta que al final Candelas podrá ser feliz con su nuevo novio, una vez neutralizado el hechizo que la hacía víctima de una situación insostenible. Y como ballet se presentó en París en un acto importante en el que participó la Argentinita. El programa estaba integrado por una obra de Goossens, por El amor brujo y por La Historia de un soldado, de Strawinsky. Por cierto que esta última obra no fue del agrado del público ni de la crítica de la capital francesa. Por el contrario El Amor Brujo fue recibido con verdadera saisfacción por público y crítica. Y como dato curioso entre los asistentes al acontecimiento estaban el gran guitarrista linarense Andrés Segovia y el compositor mejicano Ponce.

Desde entonces la historia de El Amor Brujo es la historia de unos éxitos constantes. Todos los públicos del mundo se han rendido ante la realidad de una hermosa música, de una espléndida y excepcional música en la que se dan la mano la técnica más depurada y una belleza nueva e insólita que ha sabido conquistar al mundo. Actualmente y de manera habitual se alternan las dos grandes versiones de esta genial obra: la versión de 1915 aunque revisada y perfeccionada y la versión de 1925 la que en estos doce meses cumple el gozoso aniversario de los cien años, se convierte en centenaria una obra que siempre suena como nueva, fragante, fresca, una música deliciosa, llena de belleza, de exotismo, de misterio. Una música que bien puede considerarse un hito excepcional en el largo camino de la que podemos llamar música propia del nacionalismo español.

Actualmente se interpretan con mucha regularidad ambas versiones y hay que reconocer que en ambas se puede advertir la recia personalidad del compositor. En la de1915 hay cierto aire truculento con los desgarrados versos donde se conjuran a Barrabás, a Satanás, como si entre sortilegios pudiera florar un hálito de maldad. Todo esto queda eliminado en la suite del 1925 donde existe una cierta lógica en la nueva estructura, con un orden de danzas que resulta muy esclarecedor y que sigue los dictados de los cambios que también Martínez Sierra- o sea Lejárraga- ha introducido en el tema argumental. Ahora el espectro persigue a Candelas impidiendo que pueda reunirse con su novio. Se recurre a una treta para despistar al que fuera un libertino en vida y que prosigue en su actitud tras su muerte. Aparece una hermosa joven, amiga de Candelas que se encargará de distraer con su belleza y con sus danzas al malvado aparecido y cuando llega el día, cuando suenan las campanas, cuando el hermoso tema de la pantomima vuelve a sonar el hechizo queda roto y Candela y su novio pueden disfrutar de un amor sin sobresaltos y apariciones.

Esta nueva versión de 1925 resulta muy hermosa y atractiva. Se depuran muchas cosas de las versiones anteriores y es un ejemplo muy claro de la excepcional calidad de don Manuel, de su rica inspiración, de su capacidad de trabajo, de su bendita meticulosidad que busca la obra perfecta, la obra acabada. Porque lo que consigue es que prime la calidad sobre la cantidad. Cuando termina un trabajo y se siente satisfecho de él, considera que se ha culminado de la forma en que él lo tenía pensado, es cuando podemos admirar toda la intensidad de su genio, cuando podemos mejor admirar su capacidad de crear con una pureza extraordinaria, evitando o eliminando elementos que, incluso, son muy valiosos pero que suponen un obstáculo en la tarea que se ha impuesto de llegar a la versión absoluta, a la perfecta, a la que él quería llegar y que lo ha conseguido. Cuando uno traspasa los umbrales de su casa museo, en la Antequeruela, queda subyugado por esa sencillez, esa austeridad casi monástica, muy acorde con su carácter lleno de autoexigencias, con su carácter austero, modesto pero sabiendo perfectamente qué es lo que deseaba y cómo consigue llegar a ello, alcanzar los resultados tal y como los tenía planteados. Esa sencillez, esa sensación de paz que se respira en el modesto Carmen de la Antequruela, va plenamente unida al espíritu, al carácter de ese hombre excepcional que tantos años vivió en los silencios de Granada, una Granada que le ayudó también a alcanzar las metas artísticas que se había propuesto. Entrar en el Carmen que don Manuel habitó con su hermana, es como entrar en un templo donde está presente el arte, donde parece respirarse la autenticidad de un carácter que también se refleja en el milagro de su música, y también se tiene la sensación de la gran religiosidad que siempre estuvo presente en don Manuel.

Este Amor Brujo que cumple sus cien fecundos años de existencia es una obra que no puede dejar indiferente a nadie. Desde los primeros compases, briosos, llenos de una gran fuerza para ir desgranando pasajes, todos ellos llenos de una gran belleza, belleza que combina admirablemente con ese clima y esa atmósfera de misterio. Y llega el gran aldabonazo con la danza del Terror, un ejemplo espléndido en el que se combinan un ritmo obsesionante y una melodía entrevista entre el fragor de una danza que puede llegar a ser frenética y donde parece que se condensa musicalmente la maldad del espectro y el terror que indudablemente atenaza a la joven gitana.

Hay un momento en El amor brujo que es quizá el más universal de toda la obra. Nos estamos refiriendo a la Danza Ritual del Fuego. Es un momento cumbre y que suscita siempre una gran expectación. Impresiona su ritmo intenso, y también llega a alcanzar altas cotas de calidad una orquestación perfecta, sin recurrir a grandes alardes, diríamos que contenida, como si se buscara un atisbo de austeridad en esta danza alucinante, bella, impactante y que ha conseguido ser uno de los momentos más lúcidos y admirados de la música española.

La mezcla que se va haciendo entre los momentos instrumentales y las distintas canciones de una belleza y una melancolía grandes y al mismo tiempo una fuerza racial que las hace impresionantes. Creo que no hay mejor ejemplo que la Canción del Fuego Fatuo, cuando dice la mezzo o la cantaora, según versiones que “lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito es el querer, le huyes y te persigue, le buscan y eccha a correr…” Y esta hermosa, intensa canción de interesante texto y de una enorme belleza musical va a dar paso nada más y nada menos que a la Pantomima, uno de los instantes cumbres del Amor Brujo. La rica inspiración de Falla se mostrará aquí una vez más, teniendo como antecedente alguno de los tangos de su Cádiz natal. Un ritmo oscilante y una melodía hermosísima, sencilla, escueta en su trazado que parece muy lineal pero que llega directamente a los sentimientos. Un prodigio de belleza, de sabiduría creadora. Cuando entra el piano reforzando la orquesta se produce una sensación espléndida donde la belleza, y el cadencioso ritmo que la provoca, llegan al grado más alto. Y luego ese final impresionante, cuando ya el hechizo ha sido deshecho, momento culminante de alegría, de futuro, vencido el pavor del pasado. Y anuncia la gitana: “Ya está despuntando el día…” y llegarán campanas a sumarse a ese momento de felicidad, y volverá, qué sabiamente lo culmina Falla, la deliciosa melodía de la Pantomima y vuelven las campanas a rematar el final gozoso. La luz, la mañana, el día frente a la tiniebla, al misterio y al terror de la noche.

Para resumir: en cualquiera de sus versiones El Amor Brujo es el gran aldabonazo de la música más representativa de un nacionalismo español que va a culminar precisamente con la figura de don Manuel de Falla.

José Ant