Foto: Festival de la Guitarra

Es habitual que en nuestro tiempo, la técnica de los instrumentista sea muy avanzada. Los instrumentos didácticos que hoy se ponen al servicio de los más jóvenes, nos ofrecen músicos con una preparación extraordinaria. En algunos casos, llegan al virtuosismo y en pocos, como es el caso de Rafael Aguirre, esa capacidad técnica la convierten en algo sublime, cuando la pone al servicio del arte.

Aguirre es uno de nuestros concertistas más internacionales. Cuando se le escucha en directo, como sucedió ayer en el Patio de los Mármoles del Hospital Real, sede del Rectorado de la Universidad, se entiende que sea así. Pese a que la temperatura de una de las jornadas más calurosas del año parecía un inconveniente, cuando Rafael comenzó a hacer sonar su guitarra, era como si el termómetro pasara a convertirse en algo secundario. Es lo que tiene el arte.

Especialmente atractivo el programa, que comenzaba con un homenaje a Antón García Abril y nos llevaba también a clásicos como Francisco Tárrega. Con el primero de estos autores, recientemente fallecido a causa de la pandemia y al que está dedicada esta edición del Festival de la Guitarra de Granada, mantuvo Rafael Aguirre una estrecha relación que contó en primera persona. Se detenía en autores como Erik Satie, donde la interpretación alcanzó lo sublime, o Manolo Sanlúcar, cuando mostraba el dominio extraordinario del instrumento y que se repetía cuando llegaba el momento de autores que requerían de un continuado trémolo.

Terminó su concierto con dos bises: un tango y el retorno a Satie. Se podría escribir de Rafael Aguirre que busca la perfección en la naturalidad y es un embajador emblemático de la guitarra.