Foto: Festival de Granada-Fermín Rodríguez

La Joven Orquesta Nacional de España ha ofrecido en el Palacio de Carlos V una sobresaliente actuación. En lo últimos tiempos, este tipo de formaciones en las que se encuentra el futuro de la interpretación, ofrecen un nivel artístico impresionante. Si el talento siempre ha estado presente en el ser humano, ahora los modelos educativos les permiten una magnífica formación. El resultado, que están al nivel de las mejores orquestas. Ilusiona imaginar el futuro de todos estos músicos, cuando la madurez se una a su curriculum.

Ayer presentaba un programa titulado El último Romanticismo, en el que escuchábamos las sinfonías cuartas de Robert Shumann y Johannes Brahms. Son dos páginas de belleza y entidad que saldaron con nota muy alta. El esfuerzo no fue poco, puesto que el concierto, probablemente por circunstancias sanitarias, se escuchó de forma ininterrumpida, evitándose la tradicional pausa.

Para su éxito contaron con la batuta del norteamericano James Colon, que contribuyó de forma destacada a que la orquesta ofreciera un sonido extraordinario, en unas versiones emotivas, cargadas de lirismo cuando lo partitura lo exigía y contundentes cuando lo escrito se prestaba a ello. Unas veces la música llamaba a la energía, como en el Scherzo de la obra de Shumann, y lo hacían sin apelmazar los planos sonoros, permitiendo un sonido limpio. Otras, era preciso envolverse de la melancolía propia que embarga los primeros compases de la última sinfonía de Brahams, y se prestaban a ello sin edulcorar en excesos su interpretación.

Acaso como anotación al margen, señalar que por momentos daba la sensación de que las trompas alcanzaban un volumen sonoro elevado. Podría hablarse de la disposición, del equilibrio numérico con la cuerda o sencillamente fue un efecto buscado.

Las jóvenes orquestas ya no deben ir buscando una oportunidad. Por su categoría la merecen y ha de situarse en este tipo de programaciones por méritos propios.