Este miércoles se cumplen cien años del nacimiento de Nelson Mandela, premio Nobel de la paz y primer mandatario de color que alcanzó el poder en Sudáfrica mediante el sufragio universal. Un personaje icono de la lucha contra el racismo y las desigualdades sociales cuya presidencia efectiva fue más simbólica que real.

Mandela se ha convertido en un modelo contemporáneo en la defensa de los derechos humanos y la lucha contra las desigualdades. Después de pasar un tercio de su vida en la cárcel, supo encauzar las ansias de un pueblo sometido a la degradante postración del apartheid. Su profetismo estaba basado en el ideal de una nación en la que todos sus habitantes, fuese cual fuese el color de su piel, pudieran vivir en armonía y tuvieran las mismas oportunidades. Y para lograrlo vivió en primera persona el perdón, al que otorgó también una valencia política imprescindible.

Por desgracia los gobernantes llamados a custodiar su legado no han estado a su altura. Gran parte de la población sudafricana sigue bajo el umbral de la pobreza y padece unos elevados índices de criminalidad, mientras la corrupción se ha convertido en una plaga que afecta de lleno al que fuera su partido, el Congreso Nacional Africano. Sudáfrica y el mundo, siguen necesitando figuras como la de Mandela.