1ª FERIA DE SAN MIGUEL

Pablo Aguado, en la hora de la verdad

Pablo Aguado ha paseado una oreja de la descastada y floja corrida de hermanos García Jiménez. Manzanares fue ovacionado y Morante silenciado.

Derechazo de Pablo Aguado durante su primera faena este viernes en Sevilla

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Decididamente es el toro el que cuestiona lo que ha de suceder en una tarde de inusitada expectación. De lleno agobiante y calor sofocante que no sé cómo pudieron aguantar los que abarrotaban las localidades de sol. Hay que tener afición para estar sentado en un abrasador ladrillo sin que abajo, en el ruedo, suceda nada. Muy poquito de interés.

Y es que la corrida de toros que ha mandado a Sevilla la familia García Jiménez no ha valido para nada. Toros muy desiguales en su presentación, con una escasez de casta alarmante y desfondados en los inicios de faena. Eso sí, de una nobleza cansina para no molestar y estar fácil delante de él. Ante esto, la decepción ha sido mayúscula. A pesar de que Pablo Aguado se encontrará con la calidad de la embestida del noble tercero. Lo poco que le aguantó en la muleta lo aprovechó el diestro sevillano para dejar sobre la tierra de albero exquisitas muestras de su toreo.

En el arte solo hay un factor que pone a uno por encima de rangos y gustos en su sitio: el tiempo. El tiempo puede ser caprichoso, pero siempre será justo. Venga esto a cuento en el hacer de Pablo Aguado con su primer toro. Un torero rico en matices y pobre en contundentes triunfos. Es seguro que a estas alturas tiene todavía algunas cosas que decir. Abrir la mente al pasado donde siempre queda algo por descubrir, y hoy al vuelto de nuevo a transformar el toreo en arte ¿o era al contrario? De una u otra forma todo ha sido una colección de detalles con capote y muleta impregnados de buen gusto y verdad. Interpretación interiorizada, sentida y contenida. Un toreo expresivo de enorme naturalidad. La chicuelinas tuvieron gracia sevillana. Los molinetes y cambios de mano preñados de torería y, sobre todo, un inicio donde la lentitud de los muletazos se perdió en el tiempo. Faena de detalles finalizada con una estocada casi entera con la que mandó a toro al desolladero. La oreja cayó en su manos.

Con el sexto no tuvo nada que hacer. Un toro protestado con el que sólo pudo tener intentos vanos por agradad. Imposible. Acabó pronto con él.

Que el toreo de Manzanares es expresivo, no hay duda. Que pretende dotarlo de su particular magia, también. Pero una cosa, y es razonable pensarlo, su intención estética es demasiado fácil, demasiado despegada para quien podría sublimar lo que hace. No estuvo mal el alicantino con el chico y noble segundo. Utilizó el temple en un toreo genuflexo en un inicio de faena esperanzador. Incluso toreó despacio con la derecha hilvanado muletazos con su característica cadencia, pero a la abierta embestida del toro se le unía el despegado toreo para afuera de José María. Hubo cambios de manos y pases de pecho notables y unas pequeñas dosis de toreo al natural de mano baja con algo más de verdad. Se encajó con la derecha en un final de faena que no supo finiquitar con la espada. El descastado quinto sólo le sirvió para dejar a media altura alguna muestra de algún que otro natural, y hundir la espada hasta el final.

Y Morante. El diestro cigarrero se le esperaba en la Maestranza soñando tardes pasadas, pero no tuvo toros. Toros parados sin casta que solo le dejaron expresar esa vivacidad rítmica en el trazo de la verónica y ese gusto por el detalle que hace de la lidia todo un ejemplo de torería con esa gracia y luminosidad que le define. Al primero le trazó lances de lujo y una media sin tiempo. También al cuarto le dejó su sello con el capote. Aunque ni uno ni a otro, descastados y parados ambos, le sirvieron para plasmar ese toreo hecho para el goce y la emoción. Embestidas “modernas”, noblonas y anodinas que estaban en las antípodas de la bravura. En suma, nada que ayudase a subrayar un mínimo clima de emoción

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