obituario

Muere Manolo Lozano, referente taurino durante más de siete décadas

El mayor de los hermanos Lozano fallece a los 94 años de edad tras una vida dedicada al mundo del toro.

Ediciones Temple

Portada del libro 'Manolo Lozano. Historia viva del toreo'

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el

2 min lectura

Manolo Lozano (Alameda de la Sagra, Toledo, 1930) fue muchas cosas en el mundo del toro, pero sobre todo fue sabiduría. Su trayectoria es la de un personaje singular, polifacético y apasionado que vivió la tauromaquia desde todas sus esquinas, con una lucidez y una entrega que le convirtieron en referente silencioso para varias generaciones.

Nació el mayor de una saga histórica —los Lozano—, junto a sus hermanos Pablo, Eduardo, José Luis y Conchita. Aunque estudió Veterinaria en Madrid, muy pronto se sintió atraído por el toreo, primero como aficionado, luego como novillero, hasta tomar la alternativa en 1970 en Tánger, en un cartel insólito con El Cordobés como padrino. Aquel día cortó dos orejas y un rabo. Fue, según él mismo decía con humildad, un torero “anecdótico y medroso”, pero esa experiencia le dio una autoridad única cuando cambió el traje de luces por el de apoderado y empresario.

Desde ese nuevo rol construyó una carrera formidable. Apoderó a figuras como El Juli, Morante de la Puebla, Ortega Cano, El Soro o Palomo Linares. Dirigió hasta 40 plazas de toros en España, además de gestionar otras en América, donde pasó más de medio siglo trabajando sin interrupción. Fue también propietario de la plaza de toros de Segovia.

En su casa, decorada con retratos de Marcial Lalanda, Antonio Ordóñez o Curro Romero, desfilaban toreros, periodistas y amigos en busca de su palabra pausada y su memoria prodigiosa. Era una enciclopedia viviente del toreo, con una capacidad asombrosa para recordar detalles, fechas, gestas y nombres. A los 88 años seguía en activo, llevando los asuntos de Morante. Y en 2023 publicó 'Manolo Lozano. Historia viva del toreo' (Editorial Temple), un libro que recogía parte de su memoria y su sensibilidad, entre testimonios y fotografías.

Fue también un hombre fiel a los suyos, discreto, elegante, con un cierto aire quijotesco. Sufrió una insuficiencia cardíaca en un viaje a Quito que mermó su salud, pero nunca perdió el interés ni la lucidez para hablar de toros, incluso en sus últimos meses.

Con su muerte, se apaga una de las voces más sabias y auténticas del toreo moderno. La de un hombre que no necesitaba alzar la voz para ser escuchado, porque todo en él era verdad, experiencia y temple. En los callejones y despachos, en las plazas y en las tertulias, su figura queda como símbolo de una forma de vivir y entender la tauromaquia que ya pertenece a la historia.

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