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Un gran Pablo Aguado abre la Puerta del Príncipe

El torero sevillano cortó cuatro orejas y salió a hombros por la Puerta del Príncipe. Morante y Roca Rey pasearon un apéndice cada uno.

Pablo Aguado en su salida a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Sevilla

  Pablo Aguado en su salida a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de SevillaTOROMEDIA

Manuel Viera | Sevilla

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 12 may 2019

No lo es, no es un torero cualquiera. No debe serlo analizando su concepto. En él se incluyen muchas cosas: la indudable calidad, la belleza intensa y perfilada, la claridad y transparencia, la naturalidad, la gracia, la torería… En cualquier caso, evoca el toreo de otras épocas. El toreo eterno. Fuetes de las que bebe cuando la inspiración llega, y en la que vuelca sus muchos y poderosos saberes.

El toreo de Pablo Aguado es, sin duda, de una pasmosa naturalidad. Posee la sensibilidad, la belleza y el refinamiento natural que el toreo requiere. Con ello logró dar vida a una lidia en toda su intensidad y en todo su desbordado apasionamiento. Con el natural, claro y transparente, hondo y poderoso, logró magistralmente que la emoción avanzase en oleadas arrastrando a la gente al delirio. Y con la derecha fue transcendental. Y así entre la magia de un colosal capote y el misterio de una muleta sublime, culminó una grandiosa obra perfectamente resumida en la naturalidad y en la torería de los excelsos detalles. Derechazos hilvanados e infinitos parado el tiempo, y ese natural que, reposado, hondo y puro, rasgó el silencio para convertirse en voz de un universo de emociones.

La faena de Pablo Aguado al tercer toro de Jandilla, de enorme calidad en sus nobilísimas embestidas, se inscribió en la misma línea de ese clasicismo elegante y pulido que caracteriza las formas del sevillano. Lo hecho reveló una vena de sabiduría, más que notable, para resucitar el toreo. Y lo hizo y dijo pleno de emoción provocando, además, un formidable impacto en los tendidos. Intensidad en la lidia y elegancia, cadencia, ritmo incisivo y verdad en cada uno de los trazos, ora con la derecha, ora con la izquierda, rigieron una forma de torear que entró por derecho propio en una gente que enloquecía con lo que veía. Después, fue factor decisivo la estocada. Perfecto volapié con el que redondeó la convincente obra.

Pero hubo más. El capote recorrió lentísimo el lance de la verónica Y la media fue sensacional. Tanto dijo Pablo con el capote que Morante no dudo en replicar con el asombroso quite del Bu. Ocurrió con el sexto, otro buen toro, algo tardo en la embestida, del interesante encierro que envió el ganadero de Vejer de la Frontera. Faena que se erigió en modelo de perfección. De espíritu fundamentalmente clásico. Una lidia que volvió a emocionar progresivamente por calidad y virtuosismo. Nueva obra que volvió a despertar el asombro y la admiración en toda la plaza. Con la espada culminó lo hecho. Algo tan apasionante, en uno y otro toro, para no olvidar en el tiempo.

En cualquier caso, se vivió una gran tarde de toros porque quien se ha instalado en apenas dos años en la cúspide del toreo actual, incidió también en crear atmosferas pasionales subrayadas por ese toreo valiente, luminoso y especial. Interpretaciones de la lidia a cargo de un torero de excepción. Roca Rey quiso ser valiente, que lo fue yéndose, en lentísimo y ceremonial paseo, al centro del ruedo para arrodillarse delante de la puerta de chiqueros; riguroso, que lo pareció; y emocionante, que lo pretendió con tres largas cambiadas de rodillas en el tercio e igual número de faroles con los que puso los tendidos en pie. Después fue claramente emocionante con un toreo interiorizado,

sentido y sobrio. Un tereo de mano derecha de gran brillantez y expresividad al noble y flojo segundo toro. Tras el estoconazo la oreja no se hizo esperar.

Con el noble quinto, de sosas embestidas, quiso mantener la calidad de su toreo en una faena de más intermitencia con la que superó alguna que otra dificultad en la lidia. El toreo diestro, hondo y de lento trazo fue enriquecido con la inclusión de bellos remates de pecho. La espada se le obstruyó y pinchó.

Y Morante. Al diestro de La Puebla solo se le vio su arte en la verónica. Y en momentos de interés presentes, sobre todo, en el aroma clásico de su muleta. Y en los detalles colmados de torería en los momentos finales de ambas lidias. Con el primero, noble de embestida incierta, se le atascó el descabello y el público no se decantó. Y con el cuarto salió dispuesto a echarle a la lidia altas dosis de valor. Decidido echó las rodillas en tierra para templar con la derecha las primeras acometidas, para completar después una faena intermitente en la que hubo muletazos de calidad por ambos pitones. Entró decidido a matar, la gente eufórica pidió el trofeo, y el palco no lo dudó.

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De todas formas, lo que se ha visto esta tarde en la Maestranza ha sido realmente extraordinario. Como un propio sueño convertido en realidad. Y es que lo sucedido durante la lidia de ambos toros de Pablo Aguado ha sido todo un acontecimiento que habrá de quedar para siempre en la memoria de quienes lo vimos.


FICHA DEL FESTEJO 

Sevilla, viernes 10 de mayo de 2019. 12ª de abono. Lleno de “no hay billetes”

Toros de Jandilla, aceptables de presentación y nobles. De embestida noble, aunque reponiendo por el pitón derecho, el primero; noble y flojo el segundo; con calidad en sus embestidas el tercero; Tuvo clase en sus acometidas, aunque le faltó fondo, el cuarto; noble y algo soso el quinto; noble, con clase, aunque algo tardo, el sexto.

Morante de la Puebla, silencio tras aviso y oreja tras aviso.

Roca Rey, oreja y saludos.

Pablo Aguado, dos orejas y dos orejas.

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