De llevar una cafetería y un bar a la cocina de un convento golpeado por el coronavirus

Dary, chilena afincada en España, es hostelera. Tendría que estar parada, pero ha encontrado una oportunidad junto a las Madres Adoratrices de Ávila

Pascual Claramonte

Tiempo de lectura: 2' Actualizado 17:48

La hostelería es uno de los sectores más golpeados en esta crisis del coronavirus. Esa es una realidad que no hace falta que le cuenten a Dary, una mujer chilena que lleva 15 años en España, y que ahora vive en un pueblo en la provincia de Ávila llamado Muñana. Trabaja como autónoma y está al frente de una cafetería de instituto y también de un bar, desde hace un par de meses. “Llevaba abriendo tres fines de semana. La gente ya estaba viniendo y de repente tocó cerrar”, cuenta a COPE.

Dary, sin incumplir ninguna norma, sigue trabajando. El confinamiento lo estaba llevando regular: “Yo ya estaba en casa que me tiraba de los pelos”, comenta. Por eso mismo buscó trabajo hasta encontrar una oportunidad en un convento de las Madres Adoratrices: “Por las redes sociales encontré que necesitaban urgente personal de cocina”. Se ofreció y pronto recibió una llamada: “Me dijeron que cuando me podía presentar, y les dije que mañana mismo si querían”. No le importó el sueldo que iba a percibir. Era una oportunidad. Ahora sus fogones llevan un mes entre los muros de ese convento.

La gran mayoría de monjas que allí residen superan los 70 años y están pasando, o han pasado, la enfermedad COVID-19. Eso tampoco le importó demasiado a Dary. El hecho de que sean monjas de clausura y estén contagiadas provoca que ni siquiera las conozca. Lo que sí que sabe son sus nombres: “En los platos, por ejemplo, si una se llama María, le pongo Hermana María y un corazón”, nos relata entre risas.

Está cubriendo una baja temporal, pero espera continuar el máximo tiempo posible. Volver a abrir sus negocios lo ve complicado. La cafetería del instituto, imposible hasta septiembre, y el bar, complicado con las restricciones planteadas por el Gobierno: “Mi aforo es de 16 personas. Veo imposible abrir… Lo doy por perdido”, llega a decir. No le compensa, pero al menos se siente activa y útil en un escenario en el que reina la incertidumbre.