Críticas de los estrenos de cine del 11 de abril

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín comenta “Mejor otro día”, “Seguridad no garantizada”, “9 meses… de condena”, “El poder del Tai Chi”, “La imagen perdida”, “Miel”, “Inevitable”, “Anochece en la India”, “The Leftlovers”, “El culo del mundo” y “Paradiso”.

Mejor otro día

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

22 min lectura

Durante una noche de fin de año en Londres, cuatro desconocidos coinciden en la azotea de un alto edificio. Martin (

) es un popular presentador televisivo, cuya vida se ha ido a pique tras un escarceo sexual con una menor. Maureen (

) es una sencilla mujer, agotada de cuidar a su hijo, que padece una grave parálisis cerebral. Jess (

) es una veinteañera rebelde, desatendida por su padre (

), que es un célebre político. Y J.J. (Aaron Paul), componente de un grupo musical, afirma padecer un cáncer terminal. Todos ellos tenían el propósito de saltar al vacío. Pero se consuelan entre sí y firman un pacto singular: no suicidarse hasta el día de San Valentín, es decir, al cabo de seis semanas. Comienza así entre ellos una impredecible amistad, que quizás les permita encontrar razones para seguir viviendo.

Tras las divertidas comedias “Los seductores” y “Llévame a la luna”, el francés

acierta de nuevo en “Mejor otro día”, su primera película en inglés. En ella adapta la exitosa novela “En picado”, del inglés

, autor de otras notables ficciones llevadas al cine, como “Fuera de juego”, “Alta fidelidad”, “Un niño grande” o “An Education”. Al tragicómico guion de

le falta un hervor —tanto satírico como trágico—, de modo que sus fluctuaciones de uno a otro género resultan un poco convencionales, irregulares y abruptas. También le falta un punto de personalidad a la puesta en escena de Chaumeil, más funcional que brillante. Sin embargo, ambos facilitan la labor de los excelentes actores, que encarnan con convicción a los patéticos protagonistas, unos personajes entrañables y cercanos que acaban ganando al espectador con sus esfuerzos para intentar superar sus neuras y flaquezas, y recuperar la alegría de vivir a través de la amistad y el amor. En este oxigenante optimismo —levemente abierto a la trascendencia—, se aprecia para bien la influencia del maestro

situado en las antípodas del fatalismo nihilista de tantas prestigiosas películas de la última década.

.

Darius (

) es una joven inteligente y arisca, traumatizada por la muerte de su madre cuando ella era una niña, y que ahora malvive como sufrida becaria en una modesta revista de Seattle. Un día, Jeff (

), un frívolo y antipático redactor, elige a Darius y al tímido becario indio Arnau (

i) para cubrir una potencial historia en Ocean View, una decadente localidad costera. Allí vive Kenneth (

), un tipo receloso y solitario, reponedor en un supermercado, con look ochentero y aficionado a las artes marciales, que ha puesto en el periódico este singular anuncio por palabras: “Se busca a alguien dispuesto a viajar al pasado conmigo. No es una broma. Se le pagará al regreso. Deberá traer sus propias armas. Seguridad no garantizada. Sólo he hecho esto una vez”. Mientras Jeff intenta volver a conquistar a Liz (

), una antigua novia, Arnau se queda de enlace y la inadaptada Darius se esfuerza por ganar la confianza de Kenneth, que asegura estar vigilado por los servicios secretos.

Es irregular, deja unos cuantos cabos sueltos, su tratamiento del sexo resulta a veces zafio y superficial…; pero cae muy simpática esta original tragicomedia “indie”, galardonada en 2012 con el Premio al mejor guion en el Festival de Sundance y con el premio al mejor guion novel en los Independent Spirit Awards. Sorprende sobre todo la frescura y el ritmo con que desarrolla tal cóctel de géneros el joven guionista

, que dice haberse inspirado en un anuncio real publicado en 1981 y del que ya están rodados y en postproducción sus libretos de “Monster Trucks” y “Jurassic World”. También la naturalista puesta en escena del californiano

(“Reality Show”, “Gary: Under Crisis”) equilibra muy bien la comedia, el drama, la intriga policiaca, el romance y la ciencia-ficción, logrando momentos brillantes en cada uno de esos apartados. Además, todos los actores dan la talla, sobre todo la todavía veinteañera Aubrey Plaza y el casi cuarentón Mark Duplass, que además se marca una bella versión a la cítara de la preciosa canción Big Machine, de Ryan Miller, una de las muchas baladas sugerentes que completan la banda sonora del propio Miller.

Es un dato relevante que, además de los hermanos Mark y Jay Duplass, hayan participado en la producción de “Seguridad no garantizada”

coproductores de “Pequeña Miss Sunshine”, otra de las grandes tragicomedias “indies” de las últimas décadas. Sobre todo porque ambas películas rezuman ternura en sus retratos de las perplejidades afectivas del hombre y la mujer actuales, apuestan por las segundas y enésimas oportunidades, sortean lo políticamente correcto, critican sin complejos el individualismo hedonista dominante —aquí encarnado por el patético y cobarde Jeff, y por la prepotente directora de su revista— y exaltan la familia y el amor verdadero —comprensivo, desinteresado, respetuoso, generoso, audaz, inocente, caballeresco…— como los principales caminos hacia la auténtica felicidad. En este sentido, resulta modélico y muy emotivo el sorprendente desenlace de esta nostálgica fábula romántica de ciencia-ficción.

Ariane Felder (

) es una dura jueza parisina, con unos valores intachables y un apego aún mayor por la soltería, provocado por su nefasta visión de los varones y de la maternidad. Seis meses después de una desmelenada fiesta de Nochevieja en el Palacio de Justicia de París, se descubre embarazada sin saber quién es el padre. Una investigación y varios tests de paternidad después, Ariane se entera de que el “culpable” no es otro que Bob Dolan (

), un ladrón de medio pelo, estigmatizado por la opinión pública y perseguido a muerte por la policía a causa de la brutal agresión a un anciano paralítico. Sin saber cómo afrontar la situación, y con el torpe pero sincero delincuente ahora instalado en su casa, Ariane intenta llegar al fondo de la verdad y, sobre todo, decidir qué hacer.

Los Premios César 2013 a la mejor interpretación femenina (Sandrine Kiberlain) y al mejor guion original avalan esta disparatada y trepidante comedia de enredo, escrita, dirigida y protagonizada por el francés Albert Dupontel (“Bernie”, “Le créateur”, “Enfermés dehors”, “Le vilain”), que dice haberse inspirado en el documental “10e chambre - Instants d’audience”, de su compatriota

, sobre el día a día de una auténtica jueza. Además de una afilada crítica a la judicatura y a la policía galas, la película arremete contra el sensacionalismo de los medios de comunicación, el morbo de los espectadores y la deshumanización del feminismo radical, que ha transformado la supuesta autoafirmación sexual, laboral y vital de las mujeres en un verdadero infierno afectivo para muchas de ellas. En este sentido, y quizás sin pretenderlo, la película ofrece una visión muy positiva del matrimonio y la maternidad —con ecografía incluida—, decididamente alejada de la cultura de la promiscuidad y el aborto.

Todo esto se articula en un guion de ritmo endiablado y lleno de diálogos chispeantes, que Dupontel traduce en imágenes a través de una sugestiva puesta en escena, con moderneces formales y de montaje muy imaginativas. Todos los actores responden magníficamente a este planteamiento con unas divertidísimas interpretaciones, asumidamente histriónicas, en las que los constantes duelos verbales —ese genial abogado tartamudo…— se enriquecen con numerosas incursiones en el humor físico —el “slapstick”—, característico del mejor cine mudo y del “cartoon” clásico. Queda así un notable vodevil, eléctrico por fuera y sabroso por dentro, al que sólo cabe reprochar algunos detalles “gore” demasiado grotescos y un excesivo detenimiento en el patético encuentro sexual en torno al que se articula la trama. Como curiosidad, el popular actor francés

(“The Artist”) y el singular cineasta estadounidense

(“Los héroes del tiempo”, “Brazil”, “El rey pescador”) protagonizan un par de cameos delirantes e hilarantes.

Chen Lin-Hu, alias “Tigre” (

), trabaja como mensajero en Beijing, la ajetreada capital de China. Pero, cuando finaliza su jornada laboral, se convierte en una estrella de las artes marciales, que ha ascendido por los diferentes niveles en representación del tradicional Tai Chi, estilo Ling Kong, que aprende en un deteriorado templo shaolin de manos de su anciano “shifu”, el paciente maestro Yang (

). El Tai Chi suele asociarse con ejercicios tranquilos y comedidos, pero “Tigre” ha perfeccionado el antiguo arte, y ha empezado a hacerse un nombre en el prestigioso campeonato de artes marciales Wulin Wang. Su ascenso llama la atención de Donaka Mark (

), un poderoso hombre de negocios residente en Hong Kong, que organiza peleas clandestinas sin reglas y las retransmite de forma privada a apostantes ricos. Donaka necesita a una nueva estrella, e intenta atraer a “Tigre” a sus redes, alentando incluso la clausura y demolición del viejo templo en que entrena. Pero entorpecerá sus propósitos la incansable detective Suen Jing-Si (

), de la OCTB, la Unidad Contra el Crimen Organizado, que lleva años intentando procesar a Donaka.

El actor Keanu Reeves debuta brillantemente como director en esta vigorosa y nostálgica película de artes marciales, coproducida entre China y Estados Unidos, y que imita los mejores modelos del género, sobre todo los procedentes de Hong Kong. Sobrio pero eficaz en su papel de antagonista, Reeves se desmelena tras la cámara, ofreciendo una vibrante colección de peleas memorables, maravillosamente coreografiadas por el especialista

En ellas, el actor estadounidense nacido en Beirut demuestra su amor por las artes marciales, cuyos diversos estilos son repasados en la película, que también intenta profundizar en su pacifista filosofía de fondo. Una filosofía en la que las virtudes tradicionales —sobre todo, el autocontrol— se imponen por encima de una auténtica religiosidad y se enfrentan certeramente al deshumanizado ultracapitalismo materialista de la China actual, en la que su supuesto comunismo militante no aparece por ninguna parte, al menos en sus inmensas y contaminadas metrópolis, magníficamente fotografiadas por Elliot Davis.

Además de realizar un impresionante despliegue físico y técnico, el ex doble de acción Tiger Chen —entrenador y amigo personal de Keanu Reeves desde que se conocieron durante el rodaje de “Matrix”— da también la talla en esas secuencias más existenciales que místicas, en las que muestra la peliaguda lucha interior de “Tigre” entre sus ansias de paz y sus instintos violentos. También cumplen los actores secundarios, aunque las subtramas policiaca, romántica y familiar tienen mucha menos entidad que la trama principal. Queda, en todo caso, una notable película de artes marciales, con sugerentes referencias a “El Show de Truman”, ciertamente violenta, pero respetuosa con el buen gusto del espectador y lúcida en su defensa de la integración en la modernidad de los valores tradicionales. Entusiasmará a los aficionados al género y permite albergar esperanzas sobre la posible carrera futura de Keanu Reeves como director.

“Hay tantas imágenes en el mundo, que uno cree que ha visto todo, que ha pensado todo. Desde hace años, busco una imagen que falta. Una fotografía tomada entre 1975 y 1979 por los Jemeres Rojos, cuando dirigían Camboya. Una sola imagen no constituye una prueba del genocidio que llevaron a cabo, pero da qué pensar, invita a la reflexión, permite construir la historia. La he buscado en vano en los archivos, en los papeles, en los campos de mi país. Ahora sé que esta imagen debe faltar y que, en realidad, no la estaba buscando. ¿Acaso no sería obscena y sin significado? Así que la creo. Lo que ofrezco no es una imagen, o la búsqueda de una sola imagen, sino más bien la imagen de una búsqueda: la búsqueda que permite el cine. Ciertas imágenes deben seguir faltando por siempre, y deben ser reemplazadas por otras: en este movimiento está la vida, el combate, la pena y la belleza, la tristeza y los rostros perdidos, la comprensión de lo que fue, a veces la nobleza e incluso la valentía, pero nunca el olvido”.

Con estas palabras describe el camboyano

(“La gente del arrozal”) su nueva propuesta, “La imagen perdida”, Premio a la mejor película en la Sección “Un Certain Regard” en Cannes 2013 y candidata al Oscar 2013 a la mejor película en habla no inglesa. Con ella, da continuidad a su personal indagación sobre los horrores de los jemeres rojos —organización comunista de inspiración maoísta—, que inició en 2003 con su magnífico documental “S-21. La máquina roja de matar”, en torno a la dantesca prisión de Tuol Sleng, en Phnom Penh. Esta vez opta por una fórmula arriesgada y singularísima: recrear la historia de su propia familia en esa época, narrada en off por

a partir de un hermoso texto de

y recreada minuciosamente con figuritas talladas en madera de las víctimas y sus verdugos. De este modo, rememora el golpe de Estado de 1975, la fundación por

de la Kampuchea Democrática, la violenta consolidación de la dictadura comunista, los terribles campos de la muerte —donde se “reeducaba” a los disidentes, como muestra la película “Los gritos del silencio”, de

— y el exterminio en cuatro años —de abril de 1975 a octubre de 1979— de dos millones de hombres, mujeres y niños, casi el 20% de la población del país.

Aunque a veces es arduo de seguir, el filme resulta fascinante y conmovedor por su original resolución formal —que acaba hipnotizando al espectador—, por su rotunda denuncia de la deshumanización que genera el comunismo y por su tono poético y reconciliador, en el que brilla con luz propia su exaltación del perdón como la mejor respuesta a la cruel y burocrática banalidad del mal, y como el mejor antídoto para que aquel infierno no vuelva a repetirse nunca más.

Tras escribir y dirigir el corto “Armandino e il Madre”, la actriz napolitana

debuta como directora y guionista de largometrajes con esta incómoda pero interesante película, Mención Especial del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes 2013, y nominada en los Premios del Cine Europeo 2013 al Descubrimiento Europeo del Año-Premio FIPRESCI. En ella adapta —con

y

— la novela “A nome tuo”, de su compatriota

, cercana en sus planteamientos a películas como “Las invasiones bárbaras”, de

, o “Million Dollar Baby”, de

.

Ex estudiante de Medicina, Irene (

) tiene 32 años, vive sola, añora a su difunta madre y sólo mantiene relaciones ocasionales y deprimentes. Con el nombre de Miel, trabaja desde hace tres años en la organización secreta de un médico, antiguo novio suyo, dedicada a asistir a enfermos terminales que quieren suicidarse. Cuando le pasan un caso, Miel viaja a México, compra allí un potente veneno para sacrificar animales —que no deja huellas— y se lo suministra al cliente después de que éste firme una carta asumiendo la exclusiva responsabilidad de su muerte. Maleada por una traumática experiencia familiar de ensañamiento terapéutico, la chica nunca se ha cuestionado la moralidad de su siniestra actividad, que incluso considera solidaria. Hasta que un día conoce a Carlo Grimaldi (

), un cínico arquitecto de 70 años, en perfecto estado de salud, pero que está decidido a suicidarse. La reunión entre ambos pondrá a prueba las convicciones de Miel, y le provocará una fuerte conmoción emocional.

Dirigida con gran vigor visual y dramático, e interpretada con sobria veracidad —especialmente por la italiana Jasmine Trinca (“La mejor juventud”, “La habitación del hijo”)—, la película afronta la eutanasia desde una perspectiva neutra y aséptica, sin desvelar demasiado el contexto y la personalidad de los personajes, y dejando que el espectador saque sus propias conclusiones. Inicialmente, esta opción parece decantar el filme hacia una convencional y acrítica apología del suicidio asistido, por la línea de una supuesta compasión hacia el sufrimiento ajeno y del respeto al supuesto derecho a decidir sobre uno mismo. De hecho, Golino se manifiesta partidaria de una ley de regulación de la eutanasia. Sin embargo, poco a poco, la protagonista —y el espectador con ella— va descubriendo el ambiente de individualismo, soledad e insolidaridad que propicia esas situaciones extremas y esas justificaciones ideológicas, enfocando así mejor la profunda cuestión de conciencia que plantean. Sobre todo desde el momento en que Miel reconoce apesadumbrada: “Todos mis pacientes quieren vivir, no morir”.

La película no ofrece una conclusión plenamente satisfactoria, y se muestra demasiado ambigua incluso en la cierta apertura a la trascendencia que esboza su sorprendente desenlace. Además, carga demasiado la mano en unas cuantas secuencias sexuales explícitas, que quieren subrayar la patética insatisfacción de la protagonista. Sin embargo, se aleja decididamente del férreo dogmatismo ideológico de “Amor”, de

, pues, al menos, no desdramatiza las tremendas situaciones que describe, se abre valientemente al debate y obliga al espectador a pensar, a no aceptar sin más las opiniones políticamente correctas sobre el tema. En definitiva, le fuerza a plantearse con espíritu crítico la deshumanizadora y desesperada deriva nihilista de las sociedades occidentales, a menudo anestesiadas por una grave crisis de valores, que las hace incapaces de recuperar su conciencia perdida, de ofrecer un sentido profundo a la vida y, por tanto, de dar una respuesta verdaderamente humana a los desafíos radicales del sufrimiento y la muerte.

El ya cincuentón Fabián (

) trabaja como ejecutivo en un banco de Buenos Aires. Tras la muerte de un compañero de trabajo, el hombre entra en crisis. Su esposa Mariela (

) es psicóloga, y tiene como paciente a Olga (

), una española amargada que trata de volcar su frustración sobre la terapeuta. Fabián conoce entonces a un famoso escritor ciego (Federico Luppi), que intenta ayudarle. Guiado por sus consejos, Fabián fuerza una relación adúltera con Alicia (

), una joven escultora, a la que ve como su amor inevitable.

El madrileño

(“El niño de barro”) no consigue llevar a buen puerto esta adaptación de la obra teatral “Cita a ciegas”, del bonaerense Mario Diament. Su puesta en escena resulta más o menos fluida y vigorosa, y su sólida dirección de actores arranca unas cuantas secuencias intensas, sobre todo en la subtrama de Darío Grandinetti y Federico Luppi, cuyo personaje es un claro homenaje a

. En este sentido, Algora logra a ratos el tono de tango visual que seguramente pretendía. Sin embargo, el guion del propio Algora y Héctor Carré es tremendamente literario, extrema el melodrama hasta lo grotesco, no integra bien sus contados golpes de humor y culmina en un desenlace infumable, precipitado e inverosímil, que rompe en exceso la evolución de los personajes y para el que no se ha preparado al espectador en absoluto. Crítica especial merece el reiterativo exhibicionismo sexual de la película, que provoca el hartazgo en su desmesurado afán de subrayar la pasión que provoca Alicia en Fabián.

Ricardo (Juan Diego) es un hombre hosco y amargado, que lleva diez años en una silla de ruedas, aquejado de una enfermedad que ha alcanzado su fase final. Le cuida pacientemente Dana (Clara Voda), una rumana que siente por él algo más que compasión. Un día, Ricardo decide viajar a la India por tierra, como hacía en los viejos tiempos, cuando llevaba hippies a Oriente en su furgoneta, cruzando Europa, Turquía, Irán y Pakistán. Finalmente, Dana también le acompaña. El viaje se convertirá en una nueva oportunidad para que la vida salde sus deudas con estos dos seres solitarios.

Después de escribir y dirigir los documentales “Estrellas de La Línea”, “Coyote” y “El abrazo de los peces”, el sevillano Chema Rodríguez debuta en el largometraje de ficción con este melodrama decididamente fallido, aunque ganó los Premios a mejor actor (

) y montaje (

) en el reciente Festival de Málaga 2014. No cabe duda de que el veterano Juan Diego y la desconocida actriz rumana Clara Voda realizan unas interpretaciones meritorias, en las que se esfuerzan por dotar de humanidad a sus desamparados personajes. También es cierto que la puesta en escena y el montaje dotan de cierto vigor visual a la película, sobre todo en sus numerosos pasajes etnográficos y ambientales, muy bien ilustrados por la variada banda sonora del grupo internacional Marcus Doo & The Secret Family, con abundantes fragmentos de su álbum “The Magpie Returned the Ring”.

Pero, en realidad,

repite su personaje habitual sin demasiadas novedades. Y, sobre todo, el guion de Chema Rodríguez,

y

—libremente inspirado en la vida del aventurero madrileño

, alias “Marco Polo”— hace aguas por muchos sitios, da pista a demasiados personajes sin interés, fluctúa excesivamente de tono y ritmo, y no acaba de hacer verosímil el romance entre el malhablado y odioso Ricardo, y la sufrida y atormentada Dana, cuyos respectivos conflictos interiores se van desvelando sin mucha progresión dramática. También pesan como una losa las ciertas complacencias “ideológicas” del conjunto, sobre todo en su mitificación del estilo de vida hippie, con su consiguiente tratamiento obsceno del sexo, su irresponsable aceptación de las drogas y su superficial enfoque del suicidio. Ciertamente, la abrupta irrupción de la tragedia ajusta un poco tales desajustes; pero no logra salvar una película deslavazada y con el alma mucho más pequeña de lo que parece.

Susi (

) es una chica de 20 años, con el pelo teñido de rosa y las uñas a juego, que ha dejado la habitación del piso que compartía. Le aburre la universidad y deambula solitaria por la ciudad entre visiones fugaces, sensaciones y sentimientos confusos. Perdida, sin poder dormir y angustiada, inicia un viaje interior contemplando con extrañeza el mundo, intentando sin éxito relacionarse y buscando un sentido a su vida. Por fin, un día de sol frente al mar, mientras oye tocar una guitarra eléctrica, encuentra un momento de paz.

Esta es la sinopsis más o menos oficial de “The Leftlovers”, el último trabajo del alicantino

(“Orquesta Club Virginia”, “El tiempo de la felicidad”, “Clara y Elena”, “La dama boba”), que no ha querido enseñarla a la prensa antes de su estreno. Mal síntoma. Por su tráiler, parece una película intimista y minoritaria, casi experimental, con ciertas similitudes con otros filmes recientes de tono existencial, como “Oh Boy”.

Las principales bazas de la película son que cuenta con un equipo técnico de primera fila y que en ella debuta como actriz

hija del propio Iborra y la actriz

, y nieta del cineasta José

Hasta ahora, su única experiencia interpretativa había sido su participación en la discutida campaña publicitaria de Loewe que protagonizaron varios hijos de famosos. También goza de una cierta popularidad por su singular blog, que pasa por ser todo un icono de la modernez madrileña.

Dirigido y protagonizado por el humorista y presentador catalán

, este abigarrado documental surgió tres meses después de la cancelación por baja audiencia de “Buenas noches y Buenafuente”, uno de sus últimos programas televisivos. Toma su título de un correo electrónico que recibió de un admirador argentino,

, residente en San Nicolás de los Arroyos, una perdida localidad argentina que él mismo situaba “en el culo del mundo”. Buenafuente viaja hasta allá e inicia con Traba una indagación personalísima sobre el arte de la comedia, en la que repasa sus treinta años de trayectoria profesional —desde sus inicios radiofónicos—, se entrevista con sus principales colaboradores en el productora El Terrat y con numerosos cómicos y periodistas famosos, e intercala la meticulosa preparación en El Terrat de un nuevo programa que devuelva a Buenafuente a su hábitat natural: el plató televisivo.

Divertido y emotivo, este documental tiene interés porque desvela —según la lúcida expresión del actor

— “qué hay de máscara y qué de persona” en Buenafuente y, en general, en los cómicos, y porque exalta el valor terapéutico de la comedia, sobre todo en tiempo de crisis, como el actual. “Vale la pena sufrir por conseguir una sonrisa”, señala el propio protagonista al inicio del filme. En cuanto al Buenafuente íntimo, destacan las declaraciones de su esposa, sobre todo respecto al importante cambio que ha supuesto en sus vidas el nacimiento de su hija. Y respecto a la risoterapia, son especialmente sabrosos el fallido e hilarante intento de filmar una escena dramática con la cineasta catalana

y el emotivo encuentro con la actriz

, que desvela uno de los momentos más dramáticos de su vida con apabullante sinceridad.

Resulta molesto el tono malhablado y a veces irreverente del documental, así como ciertas ironías demasiado partidistas y parciales. Pero el conjunto es valioso, sobre todo por sus reflexiones sobre los secretos y tesoros de “El País de la Risa” —del que “todos somos ciudadanos”—, sobre la necesidad de trabajar duro para alegrar la vida a la gente —“El éxito es trabajar”, afirma Buenafuente—, sobre la conveniencia de aprender a ganar y a perder, sobre el valor inmenso de conciliar el trabajo con la familia, y sobre la gozada que supone ser siempre un poco niño para poder reírse de uno mismo, quizás la mejor terapia contra muchos de los males de nuestro tiempo.

“El cine Duque de Alba es la última sala “X” que queda a día de hoy en Madrid.

, el proyeccionista, trabaja a diario para hacer del local un sitio más agradable: pinta a mano los carteles que anuncian las películas, coloca flores y plantas en el exterior, acondiciona la entrada… A pesar de que la mayor parte de la pornografía se consume a través de Internet, el cine se mantiene gracias a una clientela fija. Y es que el Duque de Alba es, más que una sala X, un asilo, un refugio. Ahora, sin embargo, Rafael debe enfrentarse a un problema: Luisa, la taquillera con la que ha trabajado codo con codo desde hace treinta años, la única que le ayuda en su empeño por hacer del cine un lugar mejor, está a punto de jubilarse”.

Como se aprecia en esta complaciente sinopsis más o menos oficial, el debutante

intenta captar el lado más entrañable de los patéticos tipos humanos que habitan este singular documental. Y, ciertamente, él y su coguionista

fuerzan unas cuantas conversaciones divertidas, en las que los castizos personajes muestran su amor por el gran cine clásico y por las sencillas cosas buenas de la vida. Pero, claro, en ese esfuerzo renuncian a mostrar el lado oscuro del lugar, solo presente en los agotadores jadeos y diálogos obscenos procedentes del interior de la sala —donde la cámara sólo entra fugazmente cuando está vacía— y en varios encuentros significativos entre los asiduos chaperos y ancianos homosexuales, que sólo buscan lo que buscan. En ningún momento nadie—ni empleados ni usuarios— se plantea siquiera la inmoralidad de la actividad que realizan en el Duque de Alba. De modo que Razzak podría haber conseguido resultados mucho mejores en cualquier otro lugar menos sórdido y decadente. Además, rueda todo en larguísimos planos fijos, reiterativos y a menudo insustanciales, que hacen enormemente tedioso el desarrollo del filme.

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