Madrid - Publicado el - Actualizado
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Ha llegado un momento en el que los casos de presunta corrupción protagonizados por altos cargos del PSOE, cuadros medios, exministros, personas de confianza de Sánchez y responsables de empresas públicas son tantos que es difícil no perderse en la maraña. Hace solo diez días Sánchez intentaba rehacer su relación con Junts al pedir perdón por sus incumplimientos con el independentismo. El presidente parecía convencido de que era posible recomponer la mayoría en el Congreso. Hace menos de un mes el Gobierno estaba convencido de que podía encajar el golpe de la condena del fiscal general del Estado y aprovechar la ocasión para presentarse como víctima de la derecha judicial. Hace poco más de un mes en una entrevista al diario El País Pedro Sánchez aseguraba que se volvería a presentar a las elecciones en 2027, presumía de iniciativas legislativas aprobadas y denunciaba, una vez más, las operaciones mediáticas para fabricar lo que él llama fango.
La situación se ha precipitado de forma muy rápida. El Gobierno, que tantas veces ha sabido crear una narrativa que le permitía digerir condenas, fracasos parlamentarios y dar la vuelta a crisis complicadas, ahora parece atrapado en el lodo creado por él mismo sin posibilidad de recuperar la iniciativa. Ya no se trata de casos de corrupción sino de la sensación de que con la llegada de Pedro Sánchez y sus colaboradores más inmediatos al Gobierno la corrupción se convirtió en algo habitual. Esa sensación es dañina no solo para el Gobierno, sino para el conjunto de la sociedad y de la economía española porque mina la confianza.