Línea editorial: "Un mensaje desde Irak: la fraternidad es posible"
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Medio en broma, medio en serio, decía el Papa que su viaje a Irak ha sido para él como “salir de una prisión”, después de tantos meses privado del contacto directo con la gente. Para el mundo, esta visita ha supuesto una bocanada de aire fresco, la constatación de que es absolutamente falso el prejuicio de que la civilización cristiana y el islam están abocadas a un choque frontal. Fue también, de algún modo, una respuesta a quienes, desde tiempos de Juan Pablo II, acusan a la Iglesia de “buenismo” en Oriente Medio, erigiéndose con sus armas en los supuestos defensores de las minorías cristianas. Desde 2003 esas minorías han sido esquilmadas, mientras que el viaje papal ayuda de forma decisiva a que los cristianos y el resto de minorías mantengan la esperanza en un futuro en el que dejen de ser considerados ciudadanos de segunda categoría.
Para lograr este efecto Francisco no necesitó maquillar la realidad ni borrar la historia reciente. La primera motivación de su viaje fue reunirse con comunidades cristianas que han sufrido dura persecución en estos años. El Papa habló sobre los crímenes que padecieron a manos de radicales musulmanes a plena luz del día, sin eufemismos. Y sin que sus huéspedes se sintieran incomodados, puesto que son ellos los primeros interesados en erradicar las actitudes extremistas y violentas. La reunión del Pontífice con el líder chií, Al Sistani, fue mucho más que un éxito diplomático para la Santa Sede. Fue la prueba palpable de que Irak, y el resto del mundo, necesita desesperadamente constructores de puentes, porque anhela ese ideal de la fraternidad universal.