Xi Jinping, el nuevo Mao de China

De visita en España, es el dirigente chino más poderoso desde el “Gran Timonel” y no oculta su ambición de disputarle a EE.UU. la hegemonía global

Pablo M. Díez

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El presidente Xi Jinping, que está de visita en España, es el nuevo Mao de China. Desde el “Gran Timonel”, fundador del régimen comunista, no había un dirigente chino con tanto poder. Al contrario que sus antecesores, Xi Jinping ha potenciado el rol internacional de China sin ocultar su ambición por disputarle la hegemonía global a Estados Unidos. Buena prueba de ello es su faraónico plan para revivir la Ruta de la Seda con inversiones multimillonarias por todo el mundo. Pero esta política tan expansiva también le ha costado una virulenta guerra comercial con el presidente Trump, con quien se entrevistará tras su visita a España en la cumbre del G20 en Buenos Aires.

Desde que tomó el poder, primero como secretario general del Partido Comunista en 2012, y luego como presidente de la República Popular en 2013, Xi Jinping ha endurecido la represión en China. Además de reforzar la censura y la propaganda personalista, ha reformado la Constitución para perpetuarse en el cargo más allá del límite de diez años que hasta ahora tenían los presidentes chinos para evitar, precisamente, los desmanes de la época de Mao, como el “Gran Salto Adelante” (1958-61) y la “Revolución Cultural” (1966-76).

Nacido el 15 de junio de 1953 en Pekín, Xi Jinping era conocido como uno de los “principitos” del régimen porque su padre, Xi Zhongxun, luchó junto a Mao Zedong en la guerra civil (1945-49) y llegó a ocupar altos cargos en el nuevo Estado comunista. Pero fue purgado durante la “Revolución Cultural” (1966-76) y el propio Xi acabó trabajando en el campo en la provincia agrícola de Shaanxi cuando era solo un adolescente.

Tras licenciarse en Ingeniería Química por la prestigiosa Universidad de Tsinghua en 1979, cuando Deng Xiaoping empezaba a abrir el país al capitalismo, su padre aprovechó que había sido rehabilitado para ayudarle a escalar posiciones en el régimen. Con la consigna del desarrollo económico, contribuyó a la industrialización de las provincias costeras de Fujian y Zhejiang, que albergan buena parte de las cadenas de montaje de la “fábrica global” junto a Cantón (Guangdong). Gracias a sus éxitos, reemplazó en 2006 a Chen Liangyu, el influyente secretario local de Shanghái defenestrado por corrupción. A partir de ahí, su ascenso fue meteórico y, en octubre de 2007, entró en el todopoderoso Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista. Un año después, pasó una crucial prueba de fuego al encargarse con éxito de la organización y seguridad de los Juegos Olímpicos de Pekín.

Casado en segundas nupcias con Peng Liyuan, una famosa cantante que pertenece al Ejército, tiene una hija, Xi Mingze, que ha estudiado en Harvard bajo un nombre falso. Debido a las luchas de poder desatadas entre las distintas facciones del Partido Comunista, la familia de Xi Jinping también se ha visto en el punto de mira, sobre todo cuando Bloomberg reveló en 2012 que su fortuna ascendía a más de 300 millones de euros. Hace dos años, la relevación de los “Papeles de Panamá” aireaba el nombre del cuñado de Xi Jinping y de otros familiares de altos cargos chinos. A tenor de los documentos filtrados, Deng Jiagui, casado con la hermana mayor de Xi, participaba en tres sociedades establecidas en las Islas Vírgenes Británicas, un conocido paraíso fiscal, que fueron cerradas en 2012, antes de que su cuñado tomara el poder.

Al margen de estos escándalos, tapados por la censura que impone el régimen, Xi aspira a elevar a China como superpotencia a mediados de este siglo. Como ya lo ha bautizado la propaganda, su “sueño” es “el rejuvenecimiento de la gran nación china” después de más de dos siglos tumultuosos de humillaciones por parte de las potencias coloniales de Occidente y de agravios como la larga invasión de Japón y el caos de la era de Mao. Para lograr este objetivo, Xi Jinping no ha dudado en eliminar a sus rivales dentro del régimen con una campaña anticorrupción que ha purgado a un millón y medio de funcionarios y cuadros del Partido, algunos de ellos altos cargos y mandos militares.

Todo ello con tal de que nadie le dispute el poder y siga cultivando para la Historia su imagen como el líder fuerte que devolvió a China el lugar que le corresponde en el mundo, donde su “diplomacia suave” sigue extendiendo sus tentáculos en forma de inversiones multimillonarias con iniciativas como las “Nuevas Rutas de la Seda”.