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"Quién me iba a decir a mi que me iba a ver en la calle"

Es lo que se desprende de muchas de las historias de vida de estos hombres que han visto truncada su existencia, que se afanan en recuperar. En el Albergue San Vicente de Paul de Aranjuez han encontrado un lugar donde les cuidan, se sienten queridos y se lucha junto a ellos para que la reinserción social sea posible.

Este es Tara, ucraniano, lo ha perdido todo. Fto Laura Otón

Este es Tara, ucraniano, lo ha perdido todo. Fto Laura Otón

cope.escope.es

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 27 abr 2017

Las Hermanas Mercedarias de la Caridad están detrás de este milagro hecho hogar para hombres que viven en la calle. Sor Soledad es la directora del albergue que recuerda que el perfil de los usuarios ha ido cambiando con la crisis “Los que venían hace unos años eran personas con vidas difíciles afectados por las adicciones arrastradas a lo largo del tiempo, pero ahora son más jóvenes”. Jóvenes con vidas rotas que la crisis les ha pasado por encima. Como a Cleo a sus 34 años no tiene nada, lleva tres meses en el Albergue después de estar en la calle desde el pasado mes de enero. “Yo tenía una casa, una hipoteca, trabajaba en mi pueblo en la construcción y con la crisis me quedé en el paro, después del paro no pude pagar la letra y me desahuciaron, me vi en la calle”. Ahora Cleo está dentro de este programa y de vez en cuando sale alguna entrevista de trabajo, “pero está difícil”. Él se encarga de la lavandería del albergue, la ropa está “como en un hotel”. Al frente del albergue son solo cuatro hermanas, ellas hacen todo lo posible porque se sientan como en casa nos cuenta Sor Soledad, “son ellos los que se encargan de la limpieza, del servicio de ropero, del comedor, nosotras les supervisamos”. Una de las hermanas les arreglan la ropa “tenemos un Corte Ingles de segunda mano y hay que adaptarles la talla”. El ropero está impecablemente limpio y ordenado, huele a jabón y apresto como toda la casa cuidada con esmero. Gracias a los voluntarios de Cáritas como Modesto se puede realizar todo este trabajo. “Yo me decidí a participar activamente porque aquí tocas la realidad con las manos”asegura Modesto. Jesús de Santos es el sacerdote a cargo de este albergue, “es importante que la gente sepa que este es el único albergue para hombres de la zona sur de Madrid, y ahora hacen mucha falta”. Aquí se alojan hasta 20 hombres cada noche, disponen de cinco habitaciones cuádruples “los hay de corta distancia que vienen un par de noches para coger fuerzas y los hay que forman parte de un programa integral de reinserción social laboral”.  Jesús recuerda que últimamente esta reinserción va más lenta “siempre hay alguna persona que encuentra trabajo y es capaz de salir fuera, pero este año está costando más”.Antonio es uno de ellos, se ha quedado de voluntario porque las cosas se le torcieron. Después de un divorcio se quedó en la calle “mi familia me ha dado una patada y gracias a Cáritas a Don Alvaro, el párroco y a Don Jesús estoy aquí”. Cáritas está detrás de la historia actual de los que intentan recuperar su vida lejos de la calle. Gracias a ellos y sus voluntarios pueden hacer talleres de cultura general, de lectura, de creatividad les ayudan a hacer un curriculum y sobre todo los escuchan. Escuece cuando Cleo cuenta que lo que más necesitó cuando estaba en la calle es una mirada, “duele más que te den una moneda y que no te miren, que no te den nada y se paren a hablar contigo” , el preguntarles el nombre, el mirarles a los ojos les hacen sentirse personas, “el que no hace eso te humilla y te deja peor de lo que estás”. Asegura que hay gente buena que se sienta en la calle a tu lado y te da conversación. Aquì, en este albergue no solo te miran y te escuchan sino que “se les quiere” como asegura Sor Soledad.De Pepa en este albergue todos hablan bien,  es la asistente social y le encanta su trabajo, “me dedico a la intervención lo que podemos dentro de nuestros límites, atiendo a  los que vienen de emergencia, no todos solicitan ayuda, pero sí que hay gente que viene con todo tipo de problemática,  gente enferma que no puede acceder a un centro de salud, necesitan orientación de como solicitar una prestación, entrar en programas de inserción,  gente con adicciones que busca salidas, o que necesitan ayudas económicas para transporte...”. Tantas necesidades como personas. "Algunos" dice Pepa que "solo vienen a hablar", recuerda con cariño el paso de un usuario  al que ayudó y que al final ha encontrado trabajo en Cáritas, “sé que tengo un amigo para toda la vida”. Vivir aquí no es fácil  porque “aunque es mejor que vivir en la calle hay que convivir, cumplir reglas y objetivos y pierdes intimidad.  Le puede pasar a cualquiera pero siempre la pasa a los mismos que sufren lo que se llaman  sucesos traumáticos encadenados y eso unido a la pérdida de lazos familiares quedan desprotegidos, tampoco existen todos los recursos que se necesitan”.Sor Soledad asegura que “se les quiere mucho sobre todo a los que llevan mas tiempo, y sufro mucho porque lo que queremos es que el tiempo que estén aquí se sientan como en su casa, si tienen adicciones fuertes se tienen que marchar a la calle, aquí hay prueba del alcohol, tienen que pasarla cada noche porque si hay una adicción fuerte el ambiente se altera, y queremos que estén agusto que puedan descansar”. Cleo recuerda que cuando están en la calle la gente cree que todos son drogadictos o borrachos “y eso no es así por favor que no nos miren como si fuéramos lo peor”. Tara es de Ucrania y lleva once años en España, diferentes accidentes le han dejado sin poder trabajar “yo he trabajado por más de 30 años y no tengo ninguna ayuda”. Gracias a Cáritas le acaban de arreglar la mandíbula, tiene esperanza. Como Jesús que no quiere que le grabe porque recordar su situación le duele, casi no habla sólo nos mira. El está a cargo del ropero del que se siente orgulloso. Y solo dice que la “esperanza es lo último que se pierde”.Sor Soledad dice que las Navidades son muy duras pero que intentan que se sientan agusto. “Para Nochebuena los voluntarios traen un cordero y para Nochevieja un restaruante nos dona un consomé y una merluza, sólo nos faltan los dulces”. "Quién me iba a decir a mi que me iba a ver en la calle"

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