En el espectáculo que los socialistas han dado en los últimos días, a raíz del caso de la alcaldía de Ponferrada, el principal perjudicado no es Alfredo Pérez Rubalcaba, ni siquiera el PSOE en su conjunto. Siendo evidentes las consecuencias que tiene para ellos el sainete político que han protagonizado, la que más pierde es, una vez más, la Política, con mayúscula, y por ello la misma sociedad que sufre con esta espiral de creciente desprestigio en la que están sumidos buena parte de nuestros representantes públicos. La gota que ha colmado el vaso ha sido la decisión de Samuel Folguera que, con enorme tristeza, según sus propias palabras, este domingo ha dejado el PSOE para poder seguir aferrado al sillón de la alcaldía. Junto a Folguera, han plantado cara a Rubalcaba siete concejales socialistas más, que también han decidido dejar el PSOE. Recordemos que Rubalcaba les había dejado claro que no podían permanecer en los dos sitios, después de que el Partido Socialista le arrebatara al PP el bastón municipal, tras una moción de censura para la que contaron con el voto de Ismael Álvarez, un concejal expulsado del Partido Popular, condenado por acoso sexual. Si la situación del PSOE ya era delicada, el plante general que el grupo de Ponferrada le ha dado a la Secretaría General del Partido abre aún más en canal las carnes socialistas. En esta ocasión, todo con el agravante de que al PSOE le explota en las manos un asunto relacionado con la matriz ideológica de la propaganda sexista, que tanto y tan torticeramente han usado ellos mismos contra otros. Es una pena, porque la sociedad española necesita una oposición política sólida, con buena dirección y que esté en condiciones de remar a favor de obra, especialmente en este momento de oleaje tan complejo. Y el PSOE, como lo ocurrido en Ponferrada ha vuelto a dejar al descubierto, hace ya tiempo que ha perdido el rumbo.