Francisco de Sales venía de la nobleza, hijo del marqués de Sales, nació en 1566 en el castillo de Thorens. Estudió en París con los jesuitas en el colegio de Clermont. Luego, en Padua, se graduó en ambos derechos. Viajero por Italia, conoce Roma y las principales ciudades italianas. Rezuma humanismo por los cuatro costados, es un buen conocedor de la filosofía y de la teología, le acompaña siempre su mentalidad jurídica. Y tiene bien rumiado el deseo de consagrarse a Dios, no puesto por obra por respeto y cierto temor a las reacciones previstas de su padre. Superadas las dificultades familiares, se ordenó sacerdote en 1593 y lo más inaudito es que se dedica a predicar, confesar, visitar y atender a los pobres y a los desgraciados, eso que en aquel tiempo no era frecuente actividad de un clérigo; se había propuesto recuperar para la fe su provincia natal de Chablais, junto al lago Léman, que había caído en la herejía protestante y consiguió provocar numerosas conversiones con su pobreza y sencillez. Como las puertas las tenía cerradas y a los pocos templos donde podía hablar en católico no iba nadie, decidió lanzarse a publicar y distribuir unas hojas para hacerse oír; pensaba que, si no le escuchaban, al menos lo leerían. El estilo de estos folletos era directo, punzante, vivo, periodístico, atractivo y presentados con calor. Lo nombraron obispo de Ginebra, coadjutor de Ms. Garnier, y lo consagraron a su muerte en la iglesia de Thorens. Ginebra –notable por su rebeldía mantenida– es el foco mayor de la infección calvinista que le llevó a la expulsión de sus obispos y a sembrar la división y el odio. Veinte años vivió como obispo fuera de ella. Exponiendo su misma vida, entró en Ginebra para ver a Teodoro de Beza, el heresiarca que ya estaba viejo y enfermo. Parece que el mismo hereje reconoció la verdad católica y rompió con el protestantismo, pero no se pudo hacer pública su conversión por los altos compromisos adquiridos. Su escrito «Introducción a la vida devota» marcó huellas profundas para la espiritualidad cristiana y para la literatura francesa por su elegancia de pluma y pulcritud, por la precisión en las expresiones y novedad en el modo de concebir la espiritualidad y ascética cristiana; fue un gran best-seller con cuarenta reimpresiones en vida de su autor. Demostró un profundo conocimiento de la psicología humana con «Tratado del amor de Dios» y también en sus «cartas» en las que se advierte su caridad y celo como miel en los labios y la expresión cierta del amor de un Dios bueno y misericordioso que no excluye a nadie de los beneficios de la redención. Sus escritos muestran los rasgos de su personalidad bondadosa, paciente y comprensiva. El providencial conocimiento y encuentro con santa Juana de Chantal le sirvió para poner por obra un antiguo proyecto que fue irrealizable hasta ese momento: Hacer accesible la vida religiosa a quienes por razones de salud, educación o compromisos en el mundo no encontraban hueco en las formas religiosas existentes. Así salió la Orden de la Visitación, en junio de 1610, que influyó de modo tan decisivo en la mentalidad religiosa del siglo XVII, metiendo como quicio en sus Constituciones no la austeridad convencional y sí la abundancia de oración y contemplación. París es su lugar de trabajo frecuente debido a las gestiones diplomáticas que había de resolver por pertenecer geográficamente parte de su diócesis y de sus fieles a Francia. Allí tuvo ocasión de conocer y tratar a san Vicente de Paúl, a quien llegó a dejar el cuidado del convento de la Visitación recién fundado. Murió el 28 de diciembre de 1622 en Lyon. Se trasladó su cadáver a la iglesia de Annecy el 24 de enero, un año más tarde; allí se conserva su cuerpo y el de santa Juana de Chantal. Por más que la fama de santidad y la devoción fue espontánea, no llegó su canonización hasta el 1665, entre otras cosas, por las rivalidades políticas y religiosas que se daban entre parisinos y saboyanos. El papa Pío IX lo declaró doctor de la Iglesia en 1877. Es patrono de la prensa católica, y buena falta les hace a los periodistas tener en el cielo un buen valedor que conozca su oficio. Seguro que, si se encomiendan a él en la realización de su trabajo profesional, su santo patrón les hará ver que la noticia buena es la que expresa con belleza la verdad y anima a buscar el bien. Fuente: Archimadrid