Durante las últimas horas se han sucedido los ataques terroristas con los que el Daesh tiene una relación más o menos directa. Un par de atentados en Bagdad han dejado casi 200 muertos. El asalto un restaurante de la capital de Bangladesh ha provocado el asesinato a sangre fría de más de 20 rehenes extranjeros. A lo que hay que sumar el atentado de mediados de semana en el aeropuerto de Estambul. Algunos ataques están vinculados orgánicamente a la dirección del Daesh, otros son fruto de células que se comportan de manera espontánea. En cualquier caso este recrudecimiento del terrorismo está relacionado con el avance que se está consiguiendo en la lucha contra el autoproclamado Estado Islámico en Iraq y en Siria. Se han recuperado importantes ciudades controlados por los terroristas. Turquía está colaborando en cortar las fuentes de financiación. Hay significativos avances, también gracias a la intervención rusa, al avance de la coalición liderada por Estados Unidos y la cooperación de Irán. Pero cuando el Daesh pierde terreno, responde con más terrorismo. No es fácil erradicar el neo-califato que dice actuar en nombre de Dios. Se cumplen precisamente dos años de la proclamación de un Estado Islámico, que según algunas voces autorizadas ni es Estado ni es islámico. Junto a los retos militares y estratégicos que aún nos plantea, el Islam verdaderamente religioso tiene por delante el desafío de hacer ver que el Daesh es una perversión, una blasfemia.