Ha tenido que producirse la acción del ejército argelino para liberar a los rehenes del campo de gas de In Amenas, con el sangriento balance de víctimas que se conoce, para que la principal organización islámica, la OCI, haya condenado lo que considera “la amalgama entre violencia e Islam, que es una religión de la moderación y la tolerancia”. Esta postura contrasta con el silencio que la misma Organización, que integra a sesenta países, ha observado a lo largo del año transcurrido desde que los “yihadistas” que pululan por la región del Sahel ocuparon buena parte de Malí, donde vienen cometiendo numerosos actos de violencia contra la población civil en su intento por imponer la “sharía” en todo el país. Más contundente ha sido el Consejo de la Liga Árabe, que ha respaldado a Argelia y ha expresado su apoyo a los esfuerzos que despliega el Gobierno de Malí para combatir el terrorismo y restablecer su autoridad sobre todo el territorio. Parece evidente que el asalto “yihadista” al corazón de la economía argelina está abriendo los ojos del mundo islámico sobre las consecuencias de su silencio con estas organizaciones terroristas que perpetran sus actos criminales en nombre del Islam. Argelia conoce bien la amenaza del radicalismo islámico, que llegó a provocar más de doscientos mil muertos en diez años. Esto explica la dura respuesta del Gobierno de Buteflika que por desgracia se ha saldado con la muerte de numerosos rehenes a manos de los yihadistas. Argelia sabe lo que se juega y por eso jamás dialogará con los terroristas.