PREMIO NOBEL DE LA PAZ. MADRE TERESA DE CALCUTA
Conozco a Madre Teresa a las once y media de la mañana en el poblado de Orcasitas, donde hay 300 chabolas con familias llegadas de Andalucía y Extremadura. Estamos seis personas esperándola. Una hora antes se había duchado, cambiando su “sari” con polvo de las “favelas” por otro limpio y blanco.
A principios de junio de 1976, llega a España de incognito invitada por el Cardenal Tarancón.
Su programa de 24 horas en España es corto y apretado. Al llegar había dicho: “no quiero ver caridad organizada, solo deseo tratar con los pobres, andar por las calles y hablarles”.
Monseñor Estepa me la presenta. Ante mí la mujer, con una mirada de interés profundo me observa un instante, inmediatamente me abre los brazos sonriendo y me introduce con sus 11.000 niños abandonados, sus 5.000 moribundos, sus 46.000 leprosos, sus enfermos. En mi oído resuenan sus palabras: “Para el pobre, para el que sufre, para el abandonado, no hay nada, ni podrá jamás haber nada que pueda remplazar las manos y el corazón del que ama”. No sé qué impulso me obliga a coger su mano mínima. Una mano que ha inventado los primeros socorros para el recién nacido y las últimas caricias para el moribundo. “Mi verdadera comunidad dice, son estos ante quienes los hombres pasan de largo, los que no comen, los que lloran porque no tienen más que lágrimas”.
Le pregunto: “¿Qué le preocupa hoy a la Madre Teresa?”. Me mira con el mundo reflejado en sus ojos, “pero Madre” – continúo-, “¿dónde están los pobres de la Tierra?: “en la India en África, en Sudamérica”. ¿Por qué existe el pobre?, inquiero. Ella sonríe… “¿Qué haría yo si no hubiera pobres en el mundo?, ¡me quedaría sin trabajo!”, y más seria, dice: “siempre habrá pobres en tanto y cuanto haya ricos”.
Madre Teresa sonríe con dulzura en la calle bajo un sol intenso, anda feliz con paso largo a sus 66 años parece joven. Frente a ella cortan la esquina dos chavales con aire gitano. Se para y los mira sorprendida pregunta, “¿indios?”, le digo “¡no! son españoles”. “¿No vais al colegio?”, “No.” “¿Qué hacéis durante el día?”, inquiere angustiada: “nada” ….
La madre Teresa, Premio Nobel de la Paz, tiene un esquema claro por este orden: Cristo y los pobres, la oración y el trabajo y una tarea: salvar al hombre allí donde nadie se atreve a llegar.