El charco - Excelencia Literaria

El charco

Juan Pedro Gálvez López

Ganador de la XVI edición

www.excelencialiteraria.com

 

 

Un día de lluvia otoñal es una mala noticia para todos. Los zapatos mojados, cargar con el paraguas, la humedad que se cuela hasta por el más grueso de los abrigos, el chapoteo ocasional de un coche que pasa empapándote… Sin embargo, Mai era una excepción: le encantaban los días de lluvia en otoño, pues eran los únicos en los que podía ver a su amigo.

De camino al instituto, ataviada con un chubasquero azul oscuro, botas de goma y paraguas amarillo, revisaba cuidadosamente cada charco, pero no fue hasta después de clase que lo encontró, en uno pequeño y poco profundo, en la esquina de su calle, a los pies de una farola.

Lo saludó, mirando hacia abajo. Él le devolvió el saludo desde el charco. Una y otro se dedicaron una breve sonrisa, y Mai sacó un cuaderno de notas del interior de su mochila. Estaba decidida, al fin, a comunicarse con él.

Escribió algo en su idioma, pero para sorpresa de nadie, él sacudió la cabeza, en señal de derrota: no hablaba español. Pero Mai no se echó atrás; al contrario, decidió dibujar su mensaje. Con unos cuantos bocetos y muchos gestos, le indicó que buscara alguna superficie sobre la que él mismo pudiera escribir. Él asintió y se marchó más allá de los límites del charco, mostrando el cielo gris que tenía detrás.

Volvió con un papel amarillento y un trozo de carboncillo, y comenzó a dibujar. Cuando terminó, le mostró a Mai una cabeza con ondas que salían de su boca y unos símbolos, que fluían entrelazados alrededor de una línea vertical.

<<¡Es la escritura de su idioma!>>, supuso Mai, que en otro papel dibujó lo mismo, pero escribiendo en español allí donde el otro había garabateado aquellos signos. Añadió la palabra «cabeza» y una flecha que la señalaba. Él respondió escribiendo con su propia grafía la misma palabra, que vinculó a la cabeza de su dibujo. Mai la copió cuidadosamente y la guardó, para estudiarla en el futuro.

Pasó un coche que movió las aguas y empapó a Mai, que permanecía agachada junto al bordillo. Cuando las ondas cesaron, se dio cuenta de que el él había escrito otra palabra y se señalaba a sí mismo. <<¡Es su nombre!>>, dedujo. Lo copió, se lo mostró para que lo aprobara y luego escribió el suyo, que fue igualmente copiado por él.

Pasaron casi dos horas lanzándose de un lado al otro palabras, dibujos y gestos, hasta que la noche se volvió demasiado cerrada para que pudieran ver los trazos en el papel. Aunque en el lado de ella había una farola, en el de él no se veía ninguna luz. Se preguntó si el foco de su lado era el único que tenían, e intentó, sin éxito, conseguir la palabra «Luz» en el idioma de su amigo.

Tuvo que despedirse. Le escribió la palabra “Adiós” y se incorporó. Él le rogó por señas que esperara y se puso a dibujar frenéticamente. Al cabo de unos instantes, le presentó a Mai una frase en la que se leía: «Siguiente lluvia, ¿sí?». Ella sonrió, escribió su gesto afirmativo con esa caligrafía vertical y fluida, y se lo mostró. Se miraron durante un segundo, antes de que Mai se despidiera para volver a casa. No se dio cuenta de que había olvidado su bolígrafo en la acera, tan cerca del borde del agua como para que una ráfaga de viento lo empujara al charco poco profundo, que se lo tragó como si fuera una boca hambrienta.

 

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