De puentes y ríos - Excelencia Literaria

De puentes y ríos

Esther Castells

Ganadora de la III edición

www.excelencialiteraria.com

Todos tenemos nuestros ídolos, ya sean estrellas del cine, del deporte o de las letras. Gracias a ellos, nuestra vida adquiere otra dimensión, otro color y sabor. El mío es Clint Eastwood, la leyenda californiana, un hombre de noventa y dos años considerado el último director clásico que queda en Hollywood.

Camaleónico donde los haya, su imagen de rudo pistolero en los spaguetti western de Sergio Leone, y de policía justiciero en cada una de las entregas de Harry el sucio, dio paso a una faceta sorprendentemente rica y prolífica como director y actor de sus propias producciones. El punto de inflexión se encuentra en Los puentes de Madison, donde forma un tándem perfecto con Meryl Streep, a la par que nos regala una de las historias románticas más memorables del séptimo Arte, aportando una visión delicada, casi metafísica, del amor.

Con cerca de ochenta largometrajes a sus espaldas, Eastwood ha sido intérprete, director, guionista, productor y músico. Es una constante en sus trabajos la elección de historias intimistas y complejas, donde importan más la profundidad de los personajes que los profesionales que los interpretan, su mimo artesano tras la cámara y un exquisito gusto en la elaboración de las bandas sonoras. El antiguo alcalde de Carmel confiere a todas sus películas un halo que las hace especiales y diferentes.

Hay numerosos ejemplos, pequeñas joyas que son prueba documental de su talento: El mágico noir de Medianoche en el jardín del bien y del mal; el drama descarnado de Mystic River o la discreta Más allá de la vida, son tres menciones en su extensa y diversa filmografía. Clint nunca trata el mismo tema ni usa la misma forma, pues en sus guiones busca zonas grises y dilemas filosóficos y morales, tal y como ocurre en Million Dolar Baby, Cartas desde Iwo Jima o Gran Torino. Otra de sus virtudes es que, siempre y sin excepción, saca lo mejor de cada actor: de Sean Penn en Mystic River, a Angelina Jolie en El intercambio o a Tom Hanks en Sully, los actores brillan por su talento, sin ornamentos innecesarios.

Elegante, sencillo e intimista, Clint Eastwood constituye el paradigma del buen contador de historias, del amor por el cine y por las cosas bien hechas. Es un artista inclasificable. Este hombre de mirada profunda y sonrisa pícara, ha enriquecido mis días. He llorado con Los puentes de Madison, reído con El sargento de hierro y he disfrutado, a la vez que padecido, con Fuga de Alcatraz.

Nos ha regalado historias maravillosas, dignas de ser recordadas, como corresponde a la rara avis que les insufla vida. Desde luego, el mundo sería un lugar triste y gris sin sus películas. No todas se encuentran en mi lista de favoritos, pero siempre merecen mi respeto e interés. Feliz cumpleaños, señor Eastwood. Y, de corazón, gracias.

 

 

 

 

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