Dos percepciones - Excelencia Literaria

Dos percepciones

 

 

Jorge Buenestado

www.excelencialiteraria.com

 

 

 

 

Sus pies descalzos colgaban del el acantilado, balanceándose a medio centenar de metros del lugar donde las olas rompían. La hierba, que cubría el prado a su espalda, acababa abruptamente en el risco donde ella se había sentado. El cielo, teñido de gris, anunciaba tormenta al tiempo que la brisa acariciaba la planicie, desordenando también los rizos pelirrojos que se le posaban en los hombros. Contemplaba el horizonte, aguardando el momento de que algo ocurriese, no sabía qué. Ailena simplemente estaba esperando.

 

En un lugar lejano otra chica también miraba al horizonte. Tras ella no había una pradera sino la falda de una montaña. Y bajo sus pies no rompían las olas; lo hacían los vendavales que azotaban una meseta. Sus ojos estaban anegados en lágrimas. Se llamaba Ana y también esperaba algún suceso.

Ana conocía la verdad; sabía que el lugar donde se encontraba era una ilusión, un escenario creado con el único fin de engañar a sus sentidos. Ailena vivía engañada; desconocía que todo lo que apreciaba desde el acantilado era mentira. Ambas se encontraban en lugares diseñados para imitar el planeta como este era en otros tiempos. Aquellos escenarios ya no existían; quedaron destruidos por la ambición humana.

 

Ana era consciente de aquel horror y, por ello, lloraba. Lo que veía y el viento que sentía contra su rostro no era real. Pero sus sensaciones, a pesar de que estaban causadas por estímulos falsos, eran reales.

 

Ailena, por su parte, creía vivir en un espacio físico y temporal verdadero, que sentía como cierto. La brisa que acariciaba su rostro le relajaba. Contemplar el mar infinito le concedía paz, al igual que la hierba fresca. ¿Eran sus sensaciones más reales que las de Ana?

 

En el lugar donde Ailena se encontraba se desencadenó una tormenta. Los relámpagos iluminaban el cielo oscuro antes de que empezaran a caer gotas. Donde Ana, se calmó el viento. Entonces el sol calentó la piel de sus brazos y sus rostro. Cada cual vivía experiencias distintas: una en la paz que a veces proporciona la mentira, otra en la violencia que a veces proporciona la verdad.

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