La visión del artista - Excelencia Literaria

La visión del artista

 

Carmen Almandoz

Ganadora de la XVI edición

www.excelencialiteraria.com

 

Eugenia iba con prisa de camino al mercado. En casa se habían acabado los plátanos, la única fruta que le gustaba al pequeño Carlitos. Además, Antonio le había pedido pilas para el mando de la tele y su madre necesitaba otro champú, porque el que tenía le irritaba el cuero cabelludo. También tenía que comprar unas cartulinas para un proyecto escolar de Noelia.

Algo metálico golpeó el suelo a sus espaldas. Eugenia se dio mediavuelta.

–¡Las llaves! –. Se agachó sin perder un segundo–. Mira que dejarme el bolso abierto… Menudo despiste.

Entonces se percató de la presencia de un anciano muy delgado y de piel morena, que estaba pintando al aire libre a la puerta de unos pequeños jardines. En aquel momento parecía ensimismado en un grupo de naranjos que rodeaban una fuente oxidada cuyo caño llevaba tiempo clausurado.

Eugenia, que tenía debilidad por el arte, se olvidó de las compras y se acercó para contemplar el lienzo. No era aquel un estilo muy realista: los árboles estaban difusos, al igual que la fuente. Unos y otra componían  un conjunto de formas cuyos colores tampoco coincidían con la realidad. Se fijó en mesilla donde el anciano había colocado los tubos de pintura, el vaso con el diluyente, los pinceles y unas gafas, lo que le extrañó, pues el anciano forzaba la vista al pintar.

 

–Perdone –le tocó la espalda–, sus gafas están aquí.

Eugenia las tomó de la mesita y fue a entregárselas. El anciano la miró sorprendido.

–Sí; lo sé.

–Ah… ¿Y por qué no se las pone? –le preguntó extrañada, sintiéndose un poco estúpida–. Puede que le duela la cabeza si está mucho tiempo sin ellas. Y para pintar le vendrían bien.

–Justo me las he quitado para eso.

La mujer le miró sin comprender. Entonces el anciano se colocó las gafas y, ante la cara de desconcierto de Eugenia, prosiguió:

–Ve esa fuente.

–Sí.

–¿Cómo es?

Eugenia tardó un poco en responderle, lo que hizo con cierto tono de duda.

–Pues… grisácea, tirando a marrón, con un pez en lo alto por cuya boca salía el agua, me imagino, con algunas esculturas de conchas, estrellas de mar…

–Si ahora le preguntásemos a cualquier persona, también vería lo mismo. ¿No es así?

–Supongo.

–Pues yo no –sentenció–. Es más, si no fuera por estas gafas no sabría ni de que me habla, porque mi perspectiva de las cosas no la tiene nadie más que yo. Nadie puede ver las cosas tal y como yo las veo. Eso es lo que hace que mis cuadros sean tan originales; en ellos pinto mi realidad, que no precisa de gafas.

Después de despedirse del pintor, Eugenia prosiguió su camino sin dejar de pensar en aquel misterioso encuentro. Las palabras del artista merodeaban su cabeza.

<<En efecto, puede que cada uno tengamos nuestra propia visión del mundo>>, pensó. <<Eso es lo que nos hace distintos>>.

Y repasó la lista de encargos pendientes: los plátanos, las pilas, el champú y las cartulinas.

 

 

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