Ser como Jordan - Con Basket si hay paraíso

Ser como Jordan

Ser como Mike, o jugar como Mike, es la cuestión. No bastaba con convertir en una marca deportiva a Michael Jordan, el primer deportista global de la historia. El marketing quiso al mejor deportista del mundo convertido en la persona más admirada del mundo. Su figura era así atractiva no sólo para los amantes del baloncesto o del deporte en general, sino también para aquellos ajenos al deporte.

Se trataba de ser como Jordan, «be like como Mike»; la campaña certera y pegadiza que recuerda ahora la serie estrenada de ESPN y Netflix «The Last Dance», es el resumen de cómo el mejor jugador del planeta se convirtió en la persona más admirada del planeta en el ámbito deportivo y en la marca más poderosa del negocio del deporte.

En ese momento Jordan dejó de ser un estratosférico jugador de baloncesto para convertirse en un modelo a imitar. Se trataba de ser como él, beber o comer lo mismo o calzar sus zapatillas. Nunca llevar un nombre elevó tanto la autoestima del planeta.

Pero en el fondo MJ supo que no podía ser lo que los demás creían que era, nunca quiso ser un modelo social, ni un activista en cuestiones raciales, ni un tipo ejemplar, «sólo soy un jugador de baloncesto» repite. Se muestra tal y como es, no quiere ser otra cosa, en eso es honesto. Si te sirve como líder deportivo, encantado, sino es así, «no me sigas» confiesa ante la cámara.

El compromiso adquirido para ser alguien que traspasara la admiración deportiva entrañaba unas responsabilidades, un contrato social, que Jordan nunca acabó de aceptar. Asumió tan solo que había querido ser mejor, ahí es nada, y llevar ese peso consigo, asumió que del mejor siempre se espera lo mejor, y eso es mucho más de lo que el 99% de los mortales podemos asumir. Pero nunca quiso ser un guía personal, un modelo, sólo quiso saciar su ansia competitiva por ser el mejor y ganar, ser el número uno. No es cierto que Jordan no encarne valores personales dignos de ser admirados, sus imperfecciones fueron su camino hacia la excelencia deportiva y el ansia competitiva, son el precio que paga un ego descomunal que necesita saciar el apetito competitivo más voraz que posiblemente haya dado el deporte.

Jordan no siempre fue el mejor sino que aprendió a ser el mejor, y esto es algo que la serie va mostrando de manera nítida. Cómo las derrotas forjaron el super héroe en el que luego se convirtió, cómo la ira y la determinación por vengar la derrota forjaron un héroe granítico, física y mentalmente para llevar el juego a la excelencia. Primero siendo el hombre que tuvo el balón en sus manos y después siendo más generoso siendo parte de ese triángulo ofensivo a las órdenes de Phil Jackson y siendo quien involucrara a sus compañeros para hacerles mejores también a ellos.

Jordan nunca aceptó las responsabilidades sociales de ser un espejo, no dejó su afición al juego, que mostró sin rubor, por ejemplo. Ser como Mike debería haber sido juega como Mike, pero el marketing no es un curso de valores sino una técnica de venta.

Y ser como Mike es ser alguien competitivo, que mejora cada día, pero eso no tiene nada que ver con valores personales fuera de la pista. Jordan no asumió esa parte del contrato social de ser una referencia aunque sí aceptó los pingües beneficios que le reportó.

Nunca ha asumido esa responsabilidad, en eso es completamente honesto tal y como se explica en el documental, una serie extraordinaria, vibrante, apasionante que nos mete en las tripas de los Chicago Bulls y del Dream Team. Es un privilegio estar en tiempo presente con ellos, pasear con Jordan por el Olímpico de Montjuic, vivir con sus protagonistas, vivir cómo se gestó la camaradería de un vestuario que inicialmente estaba lleno de rivales encarnizados que se convirtieron en compañeros para formar un equipo único.

Y también nos sirve para comprobar cuan extremadamente competitiva fue aquella NBA de los 80 y 90. Allí se gestaron grandes historias, hazañas y también grandes rivalidades, duelos que aún hoy, 30 años después, permanecen frescos, odios profundos sin perdón. Lo dice Jordan de Isiah Thomas, se le nota a Isiah sobre Jordan, lo dice Reggie Miller sobre Jordan.

No todos fueron capaces de aceptarse o de perdonarse cuando el balón dejó de estar por en medio. Se odiaban en la pista y se odian hoy, lo que no evita que Jordan ponga a Isiah en un pedestal como jugador, aunque le deteste personalmente. Queda claro que Thomas no fue a Barcelona por expreso deseo de aquel vestuario, posiblemente no sólo de Jordan. En este sentido, la NBA de hoy es algo menos visceral, más llevadera entre sus protagonistas , si queremos más sana, no es cierto que no sea igualmente competitiva, con sus rivalidades y su fiereza en los playoffs, pero es otra cosa.

The Last Dance ha venido a ocupar un espacio huérfano de deporte durante la situación más crítica que hemos vivido en la historia reciente como sociedad, cuando no teníamos ánimo ni las ganas de pensar en deporte. The last dance de alguna forma ha venido al rescate del gusto por el deporte. Durante estas semanas nos daba igual cualquier asunto relacionado con el deporte, disimulábamos que nos importaba si las ligas volvían, cuando la única realidad es que tratábamos y tratamos de comprender por qué no hemos sido capaces de proteger a tantas personas que deberían estar entre nosotros y que nunca deberían haberse marchado de esta manera.

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